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EL ARTE DE HABLAR Y DE CALLAR. Por una nueva cultura del lenguaje - Anselm Grun

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Padre. Su decir procede de un oír interior. Lo que oye no lo mezcla con sentimientos

personales, sino que deja que la Palabra de Dios resuene con toda su originaria claridad

en sus palabras.

Lo que Jesús dice de sí, vale también del Espíritu Santo que él nos envía como

Protector. «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena;

pues no hablará por su cuenta sino que dirá lo que oye» (Jn 16,13). En el original griego

se usa aquí siempre laleîn: él expresará de manera plenamente personal, desde el

corazón, lo que ha oído a Dios Padre.

Aquí se pone de manifiesto otra condición del lenguaje adecuado. Nuestro hablar

solo será fecundo si procede de una escucha, si escuchamos los silenciosos impulsos de

nuestro corazón, en los que el Espíritu Santo nos habla. Entonces nuestras palabras

irradian verdad, entonces nuestras palabras son también clarificadoras y luminosas. Las

palabras nos llevan al fondo de la realidad.

Una quinta y última palabra: «Os he dicho [laleîn] esto para que gracias a mí

tengáis paz» (Jn 16,33). Jesús habla a los discípulos de tal manera que estos, por sus

palabras, llegan a la paz: paz consigo mismos y paz con los demás. Jesús dice, con todo,

que los discípulos tienen paz en él mismo. Las palabras de Jesús llevan a lo interior de su

corazón. Jesús afirma que los discípulos habitan, por decirlo así, en sus palabras. Y si

habitan en las palabras de Jesús y si dejan que esas palabras suyas habiten dentro de

ellos, en ese momento experimentan paz en Jesús.

Este es para mí un importante criterio del modo debido de hablar. Debe llevar a las

personas a la paz y a la armonía consigo mismas. La palabra con la que en griego se dice

paz –irēne– proviene de la música y significa «armonía». Los distintos tonos de nuestro

interior deben sonar afinadamente en su conjunto. Jesús habla de que, mediante sus

palabras, surge no solo una armoniosa consonancia de los sonidos que hay en nuestro

interior, sino también una armoniosa consonancia de su corazón con nuestro corazón. El

hablar auténtico produce unión. En una conversación lograda, se tiene la impresión de

que todo suena al unísono y que produce una armoniosa melodía.

Todavía hay otro aspecto del lenguaje que, a mi parecer, se pone de manifiesto en el

Evangelio de Juan: su evangelio es, en un ochenta por ciento, diálogo. Juan no narra,

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