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Por la palabra todo ha llegado a ser: así lo dice Juan. Pero esto significa también
que podemos entender la creación, que dentro de ella actúa una razón. La creación nos
habla. Es una Palabra de Dios dicha a nosotros. Pero Juan va más allá: la Palabra es
Dios.
Lo que Juan ha indicado en su evangelio, eso ha intentado desarrollarlo la filosofía.
El filólogo de la antigüedad Walter F. Otto parte de las palabras griegas légein y lógos y
opina que pensar y hablar son uno. Para él, la lengua no es simplemente un calco de las
cosas que trata de caracterizarlas. Para él, más bien, vale la afirmación: «las cosas (en el
sentido más verdadero de la palabra) solo se dan en el lenguaje, en el pensar hablante o
en el hablar pensante... Para decirlo una vez más: lo que se expresa en el lenguaje (o en
el pensamiento hecho palabra) solo existe en el lenguaje. No es un opinar, no es una
afirmación sobre algo que podría ser verdadero o falso: es la esencia misma, el ser del
ente en su existencia inmediata. El lenguaje es la esencia y el corazón del mundo» (Otto
176).
Esto puede sonar abstruso. Pero la filosofía fenomenológica, representada por la
santa carmelita Edith Stein, distingue entre existir y ser-real. El árbol existe. Pero real
solo llega a ser por el lenguaje en el que se expresa la esencia del árbol. Walter F. Otto
ha vislumbrado algo del misterio del lenguaje tal como lo expresa el prólogo del
Evangelio de Juan. No hablamos solo sobre las cosas; más bien, la esencia de las cosas
se expresa en nuestro lenguaje.
El misterio de la teología joánica del lenguaje consiste, pues, en que la Palabra de
Dios ha tomado carne en Jesús. Se ha manifestado y se ha hecho visible en una
naturaleza humana. La Palabra se ha «encarnado». Y en esa Palabra hecha carne brilla la
gloria de Dios entre nosotros. La Palabra de Dios resplandece a través de la belleza. En
la Palabra resplandece la belleza de Dios.
Bello es lo que se contempla [1] . La Palabra de Dios se ve en Jesús. Y está llena de
belleza y de gracia. La palabra griega para decir gracia –cháris– indica el encanto, la
belleza interior que nos impacta. Gracia significa, pues, el don amoroso y tierno de Dios
a los hombres. Cuando Dios nos habla, se trata de un hablar tierno que nos llena de sus
dones. Y la verdad se hace visible en la palabra.
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