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EL ARTE DE HABLAR Y DE CALLAR. Por una nueva cultura del lenguaje - Anselm Grun

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ella [Samaría], las opresiones en su recinto. No sabían obrar rectamente –oráculo del

Señor–, atesoraban violencias y crímenes en sus palacios. Por eso, así dice el Señor: El

enemigo asedia el país, derriba tu fortaleza, saquea tus palacios» (Am 3,9-11).

Mi tío, P. Sturmius, que como yo fue monje en Münsterschwarzach, estaba muy

sensibilizado con un lenguaje que se había acomodado en exceso al espíritu del tiempo.

También él entendía siempre sus sermones y sus libros como protesta, si bien nunca

atacó en ellos a nadie. Pero se puso en guardia contra tendencias que, según él, no

sintonizaban con el espíritu de Jesús. Así, incluso en círculos monacales, tras la Segunda

Guerra Mundial, tenía vigencia el eslogan «La compasión es debilidad». Los monjes que

hablaban así no caían en absoluto en la cuenta de que con ello habían interiorizado el

punto de vista del Tercer Reich. Entonces mi tío pronunció un sermón sobre el tema

«Compasión». No atacó a nadie. Pero en su sermón formuló una protesta contra una

forma de hablar que se había introducido inconscientemente en muchos de sus

compañeros monjes. Al parecer, el sermón causó tal impresión que en adelante ya nadie

en el convento volvió a pronunciar ese eslogan. La protesta provocó un cambio de

mentalidad.

Muchos poetas han entendido sus poemas como protesta; así también Bertolt

Brecht. No habla para halagar a los lectores. Levanta su voz a favor de los privados de

sus derechos y de personas que sufren a causa del sistema. Entre los cantautores hay

canciones-protesta. Estas no acusan a personas concretas, sino a una actitud que impera

en la sociedad.

El lenguaje tiene siempre carácter de protesta. Se presenta como testigo en favor de

una manera de pensar que quiere imponerse contra otra que no beneficia a la gente. Así

es como lo entendió también san Pablo. Continuamente echaba mano de formas de decir

y de pensar de sus lectores y mediante otro lenguaje protestaba contra ellas. Así,

reprocha a los corintios: «Aún os guía el instinto» (1 Cor 3,3). Les echa en cara su modo

de hablar: «Cuando uno dice: Yo estoy por Pablo, y otro: Yo por Apolo, ¿no os quedáis

en simples hombres?» (ibid. 3,4). Y a continuación fundamenta una manera de ver

distinta: no se trata de los predicadores sino de Cristo, que es el predicado. O toma

eslóganes que corrían entre los corintios y dejaban su impronta en su modo de pensar y

de comportarse. Y entonces da la vuelta al eslogan: «Todo está permitido, decís; pero no

todo conviene» (ibid. 10,23).

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