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EL ARTE DE HABLAR Y DE CALLAR. Por una nueva cultura del lenguaje - Anselm Grun

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La finalidad del escribir es que los lectores y lectoras crean. Juan quiere escribir

sobre Jesús de tal modo que los lectores reconozcan en él al Hijo de Dios y así sientan

vida en su interior. Si nos aplicamos estas palabras, podemos traducirlas así: la finalidad

del escribir es que creamos en nuestro propio manantial interior y en el núcleo divino

que hay en nosotros, y que vivamos en contacto con la vida que tenemos dentro y que en

el fondo de nuestra alma mana hacia nosotros.

El capítulo 21 lo termina Juan con estas palabras: «Quedan otras muchas cosas que

hizo Jesús. Si quisiéramos escribirlas una por una, pienso que los libros escritos no

cabrían en el mundo» (Jn 21,25). Podemos escribir tantos libros como queramos. Jamás

descifraremos plenamente el misterio de Jesús, como tampoco el misterio de nuestro

propio proceso de humanización.

Gregorio de Nisa, padre de la Iglesia, interpreta este pasaje de la siguiente manera:

«Como Dios ha creado todas las cosas con sabiduría, y dado que no hay fronteras para su

saber, el mundo, limitado como está por sus propias fronteras, no puede abarcar dentro

de sí la inmensidad de una sabiduría ilimitada» (citado en Sanford 2, 213). Dios es la

verdadera sabiduría; y esta es infinita. No podemos captar esta verdad ilimitada por

muchos libros que escribamos. Únicamente podremos rozar esa sabiduría de Dios.

Cualquier libro –también el presente– es solo un intento de hacer accesible para

nosotros algo de la sabiduría de Dios. Ojalá la sabiduría de Dios nos ponga en contacto

con la sabiduría de nuestra alma. En el fondo de nuestra alma sabemos exactamente lo

que es bueno para nosotros. La escritura intenta sacar a la consciencia lo que

inconscientemente sabemos en nuestra alma.

Escribir es un movimiento de búsqueda. Busco la llave del ser. Pruebo palabras

para ver si expresan lo que mi alma percibe y barrunta. Y escribir es un proceso de

clarificación. Al principio todavía no sé lo que escribo. Pero, a medida que me empeño y

pruebo, se van formando las palabras. Muchas veces no estoy satisfecho con lo que

escribo. Pero entonces lo dejo reposar y espero hasta que llegan nuevas idea y mi espíritu

ve con más claridad.

No me siento sin más y escribo lo que tengo en la cabeza. Más bien, al escribir

busco palabras que den expresión a mis más hondos anhelos.

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