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lo que está aconteciendo, se realiza su liberación y con ello se le abre un horizonte de
futuro» (Lehr-Rosenberg 175).
Para mí es importante otro aspecto en relación con el hecho de escribir. El escritor,
escribiendo, crea realidad. Y la lengua en la que cada uno escribe produce un efecto en la
gente. Hilde Domin critica las actuales recomendaciones lingüísticas, que pretenden
recortar lo que de creativo tiene el lenguaje. Cuando al lenguaje ya no se le permite ser
creativo, el mismo pensamiento se vuelve cada vez más acomodaticio y conformista.
Escribe: «Todo lo vivo está hoy en peligro, y no por infra- sino por superestandarización.
Se pretende recortar y desmochar, y se sale trasquilado. También el
lenguaje» (Domin 368).
Hilde Domin cita a continuación a Jean Paul: «En el poeta, la humanidad llega a
hacerse sensibilidad y lenguaje. Por eso el poeta la reaviva fácilmente en otros» (ibid.
368). El escritor, según esto, tiene una responsabilidad para con el lenguaje de sus
lectores y lectoras. Y con esto imprime su sello también en el lenguaje de la sociedad.
Hilde Domin se queja de que el lenguaje ha entrado en un prolongado proceso de
desgaste. Sin embargo, « son los poetas los que afinan el lenguaje y los que
constantemente lo están poniendo a punto para la comprensión de la realidad, para una
renovada autointeligencia del ser humano en la cambiante realidad» (ibid. 372).
Yo soy consciente de que con mis escritos asumo también una responsabilidad para
con las personas y para con la sociedad. Mediante mi lenguaje, pongo a la gente en
contacto con su sabiduría personal profunda: construyo una casa en la que se sienten
como en su hogar. O, a la inversa, les pervierto con él y les transmito la impresión de
que ahora ya lo saben todo, de que se conocen a sí mismos y a Dios con precisión. Puedo
azuzar a la gente con mi lenguaje a juzgar a los demás o, por el contrario, puedo
invitarles a hallar un lenguaje para decir su propia realidad y luego hablar
adecuadamente sobre las personas y a las personas.
Cuál es la meta última del lenguaje escrito nos lo dice el final del Evangelio de
Juan. El Evangelio de Juan tiene dos finales. Juan concluye el capítulo 20 con las
siguientes palabras: «[Estos signos] quedan escritos para que creáis que Jesús es el
Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida por medio de él» (Jn 20,31).
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