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EL ARTE DE HABLAR Y DE CALLAR. Por una nueva cultura del lenguaje - Anselm Grun

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tengo que escuchar también los deseos de las otras personas. La persona a la que hablo

¿tiene el mismo anhelo que yo? ¿O desea otras cosas completamente diferentes? ¿Y cuál

es la meta última de su deseo profundo?

Primero tengo que escucharme a mí y a los otros, para encontrar un lenguaje que

formule mi fe de modo adecuado para mí mismo, y que luego pueda ofrecer al otro. Para

mí, esto constituye una honesta lucha continua, en la que nunca llego al final. Siempre

voy a estar «en camino hacia el lenguaje», nunca voy a llegar.

La segunda tarea es encontrar para mí un lenguaje que yo mismo entienda: ¿cómo

puedo expresar lo que creo de manera que yo lo entienda? Porque, antes de poder

expresarlo, tengo que haberlo entendido yo mismo. La búsqueda de comprensión tiene

lugar en mi interior. Y esta búsqueda en mi interior emplea ya palabras. Hablo con mi

propia alma e intento, en diálogo interior con mi espíritu, encontrar las palabras que me

satisfagan interiormente, que den una respuesta a mis más hondos interrogantes.

Una ayuda eficaz consiste en tener alguna vez este diálogo interior en voz alta,

darme en voz alta al menos una respuesta. Al oír mis propias palabras, siento si están a

tono o si son pura retórica, simple repetición. Al buscar palabras que estén a tono con mi

más íntima inquietud y den respuesta a esa búsqueda, se me hace inteligible mi propia fe

y puedo optar por ella.

Solo si yo mismo entiendo la fe y me comprometo con ella puedo encontrar el

lenguaje para comunicársela a otros. No tiene por qué ser un lenguaje misionero que

pretenda convencer al otro de mi fe o ganarlo para mi punto de vista. Más bien, el

lenguaje de la fe tiene que ver siempre con dar testimonio. Doy testimonio de lo que es

importante para mí y en lo que baso mi vida.

Dar testimonio se dice en griego martyréin. Esto quiere decir, en primer lugar, que

ante un tribunal recuerdo determinados hechos y los atestiguo. Vale también para el

filósofo que testifica de aquello de lo que está convencido.

Una bonita descripción de lo que es dar testimonio de nuestra fe la encontramos en

la Primera Carta de Pedro: «Si alguien os pide explicaciones de vuestra esperanza, estad

dispuestos a defenderla, pero con modestia y respeto, con buena conciencia» (1 Pe 3,15-

16). La situación que Pedro tiene aquí ante los ojos es la pregunta que hacían a los

cristianos sus vecinos «sobre el porqué del cambio y modificación de su conducta y

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