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tengo que escuchar también los deseos de las otras personas. La persona a la que hablo
¿tiene el mismo anhelo que yo? ¿O desea otras cosas completamente diferentes? ¿Y cuál
es la meta última de su deseo profundo?
Primero tengo que escucharme a mí y a los otros, para encontrar un lenguaje que
formule mi fe de modo adecuado para mí mismo, y que luego pueda ofrecer al otro. Para
mí, esto constituye una honesta lucha continua, en la que nunca llego al final. Siempre
voy a estar «en camino hacia el lenguaje», nunca voy a llegar.
La segunda tarea es encontrar para mí un lenguaje que yo mismo entienda: ¿cómo
puedo expresar lo que creo de manera que yo lo entienda? Porque, antes de poder
expresarlo, tengo que haberlo entendido yo mismo. La búsqueda de comprensión tiene
lugar en mi interior. Y esta búsqueda en mi interior emplea ya palabras. Hablo con mi
propia alma e intento, en diálogo interior con mi espíritu, encontrar las palabras que me
satisfagan interiormente, que den una respuesta a mis más hondos interrogantes.
Una ayuda eficaz consiste en tener alguna vez este diálogo interior en voz alta,
darme en voz alta al menos una respuesta. Al oír mis propias palabras, siento si están a
tono o si son pura retórica, simple repetición. Al buscar palabras que estén a tono con mi
más íntima inquietud y den respuesta a esa búsqueda, se me hace inteligible mi propia fe
y puedo optar por ella.
Solo si yo mismo entiendo la fe y me comprometo con ella puedo encontrar el
lenguaje para comunicársela a otros. No tiene por qué ser un lenguaje misionero que
pretenda convencer al otro de mi fe o ganarlo para mi punto de vista. Más bien, el
lenguaje de la fe tiene que ver siempre con dar testimonio. Doy testimonio de lo que es
importante para mí y en lo que baso mi vida.
Dar testimonio se dice en griego martyréin. Esto quiere decir, en primer lugar, que
ante un tribunal recuerdo determinados hechos y los atestiguo. Vale también para el
filósofo que testifica de aquello de lo que está convencido.
Una bonita descripción de lo que es dar testimonio de nuestra fe la encontramos en
la Primera Carta de Pedro: «Si alguien os pide explicaciones de vuestra esperanza, estad
dispuestos a defenderla, pero con modestia y respeto, con buena conciencia» (1 Pe 3,15-
16). La situación que Pedro tiene aquí ante los ojos es la pregunta que hacían a los
cristianos sus vecinos «sobre el porqué del cambio y modificación de su conducta y
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