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lenguaje de los periodistas; los directivos de empresa, al lenguaje económico-financiero.
Pero, entonces, a esas personas no las percibimos como auténticas. Su lenguaje no nos
llega. A través de su lenguaje no oímos al ser humano. Oímos, a lo sumo, el miedo a
revelar algo propio.
Las personas se acomodan al lenguaje que creen que es el esperado por el gran
público. Pero de ese modo su propio lenguaje queda falseado. Ya no sale del corazón,
sino únicamente de un cálculo para mostrarse, según la situación o el temperamento, lo
más discreto o lo más extravagante posible.
Una vez estuve retenido en un atasco durante cuatro horas y tuve que pronunciar
por teléfono una conferencia ante cinco mil maestros, en números redondos. Eso me
resultó muy penoso. Cuando no tengo contacto visual alguno con los oyentes, no me
fluyen las palabras. Puedo, por supuesto, decir lo que pienso. Pero falta la relación
personal. En el curso de la conferencia, sencillamente me imaginé a los oyentes.
Entonces la cosa fue algo mejor.
Hablar es siempre un proceso dialogal, nunca solo un monólogo, incluso cuando el
conferenciante pronuncia la conferencia solo. Siempre habla a personas concretas. Y el
arte de la conferencia consiste en afectar a las personas que están sentadas delante de mí
y llegar a su corazón.
Como en mi conferencia a la multitud de maestros no podía ver ante mí a las
personas, me vino a la mente lo que el filósofo Ferdinand Ebner repetía una y otra vez
sobre la dimensión dialogal del lenguaje.
Decía: «Todo intento de ahondar en el lenguaje desde la perspectiva de su
importancia espiritual, debe partir de un hecho: que la palabra se desarrolla entre la
primera y la segunda persona» (Ebner 29).
Sin lenguaje no hay personalidad alguna, y sin relación entre el yo y el tú no habría
ningún lenguaje. En el lenguaje se expresa el yo frente al tú. Esto es para mí importante
no solo al dar una conferencia, sino también al escribir. También en este caso tengo
siempre ante los ojos a personas concretas a las que intento entender cuando las describo
y cuando con mis palabras quiero darles una respuesta. El escrito es en último término la
respuesta elaborada que, de manera para mí insuficiente, he dado en el diálogo personal.
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