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11.
Hablar sobre otros: el lenguaje público
Los monjes primitivos nos previenen contra el hablar sobre otras personas. Porque tan
pronto como hablamos de otros corremos el peligro de juzgarles y criticarles. Y contra
esa actitud de juzgar ya nos previno Jesús: «No juzguéis y no seréis juzgados» (Mt 7,1).
Al juzgar a otros nos volvemos ciegos para las faltas propias. El psicoanalista Carl
Gustav Jung dice que, al juzgar y criticar, estamos proyectando nuestras zonas sombrías
sobre el otro; que con ello nos descargamos en alguna medida, pero que así no podemos
desarrollar ningún potencial de cambio. Más bien, nos volvemos ciegos para nuestros
fallos y de este modo los utilizamos de una manera destructiva. Jesús comparó estas
zonas sombrías con una viga: «¿Por qué te fijas en la mota en el ojo de tu hermano y no
reparas en la viga del tuyo?» (Mt 7,3). Para Jung, lo que importa es mirar las sombras
que hay dentro de uno mismo y reconciliarse con ellas. Entonces también podremos
hablar un lenguaje conciliador.
Quien no está reconciliado consigo mismo manifestará en su lenguaje su desgarro
interior. Y muchas veces desencadenará en torno a sí llamaradas de rupturas, condenas y
repulsas. Contra esto nos previene ya Santiago en su carta de finales del siglo I:
«Observad cómo una chispa incendia todo un bosque. Pues la lengua es fuego. Como un
mundo de injusticia, la lengua instalada entre nuestros miembros, contamina el cuerpo
entero e inflama el curso de la existencia» (Sant 3,6).
Existe hoy una cultura de la indignación y de la cólera. Continuamente estoy
recibiendo llamadas de televidentes: que debería decir algo a este o a aquel político o
empresario. Y las más de las veces, esa sugerencia va unida a la expectativa de que
debería dé rienda suelta a mi indignación o a mi enfado.
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