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pecadores. Sacrificio les suena inmediatamente a «expiación» y les vienen pensamientos
tales como «¿Tan malo soy que Jesús tuvo que morir con una muerte tan cruel para
expiar mis pecados?».
Para mí, esas palabras son imágenes que abren una ventana al misterio de la muerte
de Jesús. Pero no las relaciono con un sacrificio sangriento de expiación, sino con el
aspecto de amor y entrega. El discurso sobre el sacrificio es solo una imagen con la que
expreso el misterio de la cruz. Hay otras imágenes que son mucho más importantes: la
cruz es consumación del amor; en la cruz nos abraza Jesús con todas nuestras
contradicciones. El Evangelio de Juan relaciona la imagen de la cruz con la imagen de la
serpiente de bronce. La cruz es, según esto, una imagen que habla de la curación de
nuestras heridas.
No debemos rechazar ninguna imagen de la Biblia. Pero es tarea nuestra poner ante
los ojos a las personas la riqueza de imágenes, a fin de que puedan dar de mano a la
fijación en la imagen que les resulte amenazadora.
No es fácil sacar a la gente de la cabeza viejas imágenes hirientes. Muchos
sacerdotes intentan entonces quitar hierro a las oraciones litúrgicas. Pero, de esa manera,
con frecuencia se abre la puerta a la banalidad y la sosería. Sería cometido del que
preside la liturgia crear con su propio lenguaje una atmósfera de lo santo y de la gracia
misericordiosa. En esa atmósfera adquieren su justificación incluso las palabras de
pecado y de culpa. Ya no tienen un efecto inculpatorio sino liberador. Apuntan a una
realidad que efectivamente también existe en nosotros: que vivimos superficialmente y
que llevamos dentro sentimientos de culpa. La referencia a este dato no tendría entonces
un efecto de carga sino de alivio. Pero estaría bien interpretar esas palabras también en el
sermón. Entonces se podrían tratar y eliminar viejos patrones de vida.
La liturgia vive de ritos. Estos ritos van unidos a palabras que los interpretan.
Muchas veces las palabras establecidas no se bastan por sí solas para explicar los ritos de
tal modo que la gente pueda entenderlos. De aquí que sea cometido nuestro explicar los
viejos ritos de tal manera que la gente pueda entenderlos y pueda experimentar en ellos
que se trata de ritos que sanan, ritos que hacen bien, que abren un nuevo horizonte y que
nos ponen en contacto con la fuerza sanante y liberadora de Jesucristo.
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