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EL ARTE DE HABLAR Y DE CALLAR. Por una nueva cultura del lenguaje - Anselm Grun

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hacerse objeto de experiencia. Con nuestro lenguaje tenemos que edificar, por decirlo

así, una casa en la que al ser se le permita ser como es, sin falsificaciones.

Y con nuestras palabras debemos construir una casa en la que las personas se

sientan como en casa y en la que vivan en contacto con su verdadera esencia.

Que estas gráficas descripciones del lenguaje, hechas por los Padres de la Iglesia y

por Heidegger, afirman algo esencial sobre nuestro hablar, se pone de manifiesto cuando

miramos lo que sucede en nuestra vida diaria. Con un lenguaje frío construimos una casa

fría. En ella no quiere habitar nadie. En muchas familias se habla un lenguaje frío o, a

veces, un lenguaje opaco. Muchas veces es un lenguaje equívoco.

Los psicólogos dicen que las personas que crecen en espacios lingüísticos así de

turbios se vuelven enfermizas. No se conocen plenamente. Continuamente se les están

enviando mensajes oscuros. La terapeuta Virginia Satir habla aquí de comunicación

ambigua. Una comunicación así, en la que mi lenguaje es siempre equívoco y en la que

con palabras digo algo distinto de lo que siento en el corazón, tiene como resultado que

los niños de una familia así no pueden desarrollar ningún sentimiento de autoestima.

De la comunicación depende cómo es nuestro crecimiento interno y qué clase de

relación entablamos con otras personas. Satir escribe: «A mi manera de ver, la

comunicación es como un gigantesco arcoíris que abarca todo e influye sobre todo lo que

sucede entre los seres humanos. Tan pronto como una persona llega al mundo, la

comunicación es el único y más importante factor que determina qué clase de relaciones

entabla esa persona con otros y lo que experimenta en su entorno» (Satir 49). Esto

muestra lo decisivo que es el lenguaje que se habla en una familia.

Naturalmente, el lenguaje no es solo algo exterior que puedo aprender a toda

velocidad, como un truco pedagógico con el que todo sale a pedir de boca. Se precisa

esmero en el lenguaje y un aprendizaje permanente para expresar realmente lo que

pienso, para que corazón y lenguaje vayan a una. Y lo que importa es que mi lenguaje

sea expresión de mi fe: de mi fe en Dios, en el sentido de la vida, y de mi fe en los hijos.

Los niños perciben muy rápidamente qué clase de mensajes reciben de los padres:

si su lenguaje expresa fe y esperanza y amor o, por el contrario, descontento, ruptura

interior, desesperanza y frialdad. La fe en Dios tiene que manifestarse en la fe en los

hombres. Conozco cristianos que se esfuerzan honestamente en su fe. Pero en realidad

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