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Coetzee, J.M. – Infancia

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placer de ser el primero se ha apagado.<br />

17<br />

La vida en Ciudad del Cabo es menos variada de lo que solía serlo en<br />

Worcester. Durante los fines de semana, en especial, no hay nada que<br />

hacer salvo leer el Reader's Digest o escuchar la radio o golpear una<br />

bola de críquet por ahí. Ya no monta en bicicleta: no hay a donde ir en<br />

Plumstead, solo hay kilómetros de casas en todas las direcciones, y de<br />

todas formas se le ha quedado pequeña la Smiths, que está empezando<br />

a parecer una bicicleta de niño.<br />

Montar en bicicleta por las calles, de hecho, va resultando tonto. Otras<br />

cosas que antes lo absorbían también han perdido su encanto: construir<br />

maquetas de Meccano, coleccionar sellos. Ya no entiende por qué<br />

malgastó su tiempo con ellos. Pasa horas en el cuarto de baño,<br />

analizándose ante el espejo, sin gustarle lo que ve. Deja de sonreír,<br />

frunce el entrecejo.<br />

La única pasión que no ha menguado es su pasión por el críquet. Sabe<br />

que nadie está tan loco por el críquet como él. Juega al criquet en el<br />

colegio, pero eso nunca es suficiente.<br />

La casa de Plumstead tiene un porche frontal con el pavimento de<br />

pizarra. Ahí juega solo, sosteniendo el bate con la mano izquierda,<br />

lanzando la pelota contra el muro con la derecha, golpeándola en el<br />

rebote, imaginándose que está en un campo. Hora tras hora lanza la<br />

bola contra la pared. Los vecinos se quejan a su madre del ruido, pero<br />

él no hace caso.<br />

Ha estudiado libros de entrenamiento, se sabe los distintos golpes de<br />

memoria, es capaz de ejecutarlos con la posición correcta de las<br />

piernas. Pero la verdad es que prefiere el juego solitario en el porche al<br />

criquet de verdad. La idea de batear en un campo de verdad lo<br />

emociona pero también lo intimida. Teme especialmente a los<br />

lanzadores rápidos: teme que lo golpeen, teme el dolor. Cuando juega<br />

al criquet de verdad tiene que concentrarse en no retroceder, en no<br />

traicionarse.<br />

Apenas puntúa runs. Si no lo eliminan a la primera, algunas veces<br />

puede batear durante media hora sin puntuar, sacando de quicio a todo<br />

el mundo, incluidos sus compañeros de equipo. Parece entrar en un<br />

estado hipnótico de pasividad en el que le basta, le sobra, con solo<br />

esquivar la pelota. Recordando estos fracasos, se consuela a sí mismo<br />

con anécdotas de entrenamientos en los que una figura solitaria,<br />

habitualmente un hombre de Yorkshire, tenaz, estoico, con los labios<br />

apretados, batea durante varios turnos, sin desfallecer, mientras se van

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