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conservado la propiedad de la granja, pero no lo hizo. De los muchos<br />
tíos que tiene por parte de su padre (contando ocho carnales y otros<br />
ocho políticos), al que ella admira más es a Joubert Olivier, que ha<br />
instalado un generador eléctrico en Skipperskloof e incluso ha<br />
aprendido odontología por su cuenta. (En una de sus visitas a la granja,<br />
a él le da dolor de muelas. El tío Joubert lo sienta en una silla bajo un<br />
árbol y, sin anestesia, perfora el agujero y lo llena con gutapercha.<br />
Nunca antes en su vida había sufrido un dolor tan intenso.)<br />
Cuando se rompen las cosas <strong>–</strong>platos, adornos, juguetes<strong>–</strong>, su madre las<br />
arregla con cuerda o con pegamento. Las cosas que ata se aflojan,<br />
porque no sabe hacer nudos. Las cosas que pega se despegan; ella<br />
culpa al pegamento.<br />
Los cajones de la cocina están llenos de clavos doblados, trozos de<br />
cuerda, bolas de papel de estaño, sellos usados. «¿Por qué los<br />
guardamos?», pregunta él. «Por si acaso», le responde.<br />
Cuando está enfadada, empieza a criticar los estudios. Debería<br />
mandarse a los niños a las escuelas de artes y oficios, dice, y después<br />
ponerlos a trabajar. Estudiar, simplemente, carece de sentido. Mejor es<br />
formarse como ebanista o carpintero, aprender a trabajar la madera.<br />
Está desencantada del trabajo en la granja: ahora que los granjeros se<br />
han hecho ricos de repente, lo único que cultivan es la holgazanería y la<br />
ostentación.<br />
Porque el precio de la lana está subiendo como un cohete. Según la<br />
radio, los japoneses están pagando lo que se les pida por la de mejor<br />
calidad. Los granjeros que tienen ovejas se compran coches nuevos y<br />
se van a la playa por vacaciones. «Deberías darnos algún dinero, ahora<br />
que eres rico», le dice ella al tío Son durante una de sus visitas a<br />
Voélfontein. Sonríe mientras habla, como si estuviera bromeando, pero<br />
no tiene ninguna gracia. El tío se avergüenza, murmura una respuesta<br />
que él no consigue captar.<br />
Su madre le cuenta que la granja no estaba destinada únicamente al tío<br />
Son: la heredaron los doce hijos e hijas a partes iguales. Para salvarla<br />
de la subasta pública, los hijos y las hijas accedieron a vender sus<br />
partes a Son; de esa venta se llevaron pagarés por unas pocas libras<br />
cada uno. Ahora, gracias a los japoneses, la granja vale miles de libras.<br />
Son debería compartir su dinero.<br />
A él le avergüenza la crudeza con que su madre habla del dinero.<br />
«Debes hacerte doctor o abogado <strong>–</strong>le dice<strong>–</strong>. Esos son los que ganan<br />
dinero.» Sin embargo, en otros momentos afirma que los picapleitos<br />
son todos unos ladrones. Él no pregunta dónde encaja su padre en todo<br />
esto; su padre, el abogado que no ganó dinero.<br />
Los doctores no se interesan por sus pacientes, le asegura ella. Tan