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Coetzee, J.M. – Infancia

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catequesis, se ha confesado, ha comulgado? ¿Catequesis? ¿Confesión?<br />

¿Comunión? Ni siquiera sabe lo que significan esas palabras. «Solía ir<br />

en Ciudad del Cabo», dice, intentando salirse por la tangente.<br />

«¿Adónde?», le preguntan. No sabe el nombre de ninguna iglesia de<br />

Ciudad del Cabo, pero ellos tampoco. «El viernes tienes que venir a<br />

catequesis», le ordenan. Pero no va y los otros informan al cura de que<br />

hay un apóstata en tercer curso. El cura le envía un mensaje que los<br />

otros se encargan de transmitirle: debe ir a catequesis. Él sospecha que<br />

los otros se han inventado el mensaje, así que al viernes siguiente se<br />

queda en casa, sin llamar la atención.<br />

Los chicos católicos mayores empiezan a darle a entender que no se<br />

creen sus historias de que era católico en Ciudad del Cabo. Pero ha ido<br />

demasiado lejos, ya no hay vuelta atrás. Si dice: «Cometí un error, en<br />

realidad soy protestante», sería una deshonra. Por otro lado, incluso<br />

teniendo que soportar las burlas de los afrikaners y los interrogatorios<br />

de los católicos auténticos, ¿no lo valen las dos horas libres a la<br />

semana, horas libres para vagar por los campos de juego desiertos,<br />

hablando con los judíos?<br />

Un sábado por la tarde, cuando todo el mundo en Worcester, aturdido<br />

por el calor, se ha ido a dormir, saca su bicicleta y pedalea hasta Dorp<br />

Street.<br />

Habitualmente evita pasar por Dorp Street, porque ahí es donde está la<br />

iglesia católica. Pero hoy esa calle está vacía, no se oye ningún ruido<br />

excepto el rumor del agua en los surcos. Él pasa pedaleando<br />

indiferente, haciendo como que no mira.<br />

La iglesia no es tan grande como se pensaba. Es un edificio bajo, liso,<br />

con una pequeña estatua sobre el pórtico: la Virgen, con una capucha,<br />

sosteniendo al niño.<br />

Llega al final de la calle. Le gustaría dar media vuelta y volver a pasar<br />

para echar un segundo vistazo, pero tiene miedo de tentar a la suerte,<br />

miedo de que aparezca un cura de negro y le ordene que se pare.<br />

Los chicos católicos le regañan y hacen comentarios burlones, los<br />

protestantes lo persiguen, pero los judíos no juzgan. Los judíos hacen<br />

como si no se enteraran. Los judíos también llevan zapatos. Por alguna<br />

razón se siente cómodo con los judíos. Los judíos no son tan malos.<br />

Sin embargo, hay que andarse con cuidado con los judíos. Porque están<br />

en todas partes, porque los judíos están adueñándose del país. Eso es<br />

lo que él escucha de boca de todos, pero especialmente de sus tíos, los<br />

dos hermanos solteros de su madre, cuando vienen a visitarla.<br />

Norman y Lance vienen todos los veranos, como las aves migratorias,

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