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Coetzee, J.M. – Infancia

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no hay nadie cerca que pueda verlo y contarlo después.<br />

Pertenecer a la granja es su destino secreto, un destino para el que<br />

nació pero que él acepta con alegría. Su otro secreto es que, por mucho<br />

que luche, todavía pertenece a su madre. No se le escapa que estas dos<br />

servidumbres chocan.<br />

Como no se le escapa que en la granja la influencia de su madre se<br />

debilita más que nunca. Al no permitírsele, por ser mujer, ir de caza, ni<br />

siquiera pasear por el veld, se encuentra en desventaja.<br />

El tiene dos madres. Ha nacido dos veces: ha nacido de una mujer y de<br />

la granja. Dos madres y ningún padre.<br />

A un kilómetro de la granja la carretera se bifurca: el ramal de la<br />

izquierda lleva a Merweville, el de la derecha a Fraserburg. En la<br />

bifurcación está el cementerio, una parcela vallada con verja propia.<br />

Dominando el cementerio está la lápida de mármol de su abuelo;<br />

agrupadas alrededor hay docenas de otras sepulturas, más bajas y<br />

sencillas, con lápidas de pizarra, algunas con nombres y fechas<br />

grabados y otras sin ninguna inscripción.<br />

Su abuelo es el único <strong>Coetzee</strong> que hay allí, el único que ha muerto<br />

desde que la granja pasó a ser de la familia. Aquí es donde acabó el<br />

hombre que empezó como vendedor ambulante en Piketberg, que abrió<br />

una tienda en Laingsburg y llegó a ser alcalde de la ciudad, y que al<br />

final compró el hotel de Fraserburg Road. Yace enterrado, pero la<br />

granja todavía es suya. Sus niños corren como enanos por ella, y sus<br />

nietos, enanos de los enanos.<br />

Al otro lado de la carretera hay un segundo cementerio, sin valla;<br />

algunos de los montículos de las sepulturas están tan erosionados que<br />

ahora quedan a ras de tierra. Aquí yacen los sirvientes y los jornaleros<br />

de la granja, desde Outa Jaap a muy atrás. Las pocas lápidas que<br />

permanecen aún en pie no tienen nombre ni fechas. Con todo, él siente<br />

más temor aquí que entre las generaciones de los Bote arracimados<br />

alrededor de su abuelo. No tiene nada que ver con los espíritus. Nadie<br />

en el Karoo cree en espíritus. Lo que muere aquí, muere con firmeza y<br />

del todo: la carne la roen las hormigas, los huesos los blanquea el sol, y<br />

ahí acaba la historia. Sin embargo, entre estas tumbas, él pisa con<br />

inquietud. De la tierra viene un profundo silencio, tan profundo que casi<br />

podría ser un murmullo.<br />

Cuando se muera, quiere que lo entierren en la granja. Si no se lo<br />

permiten, quiere que lo incineren y que esparzan sus cenizas aquí.<br />

El otro lugar al que peregrina todos los años es Bloemhof, donde se<br />

erguía la primera granja. No hay nada que la recuerde excepto los

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