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oponente. Ortiz se tambalea; la muchedumbre enloquece, la voz del<br />
comentarista está enronquecida de tanto gritar. Los jueces anuncian su<br />
decisión: el sudafricano Viccie Toweel es el nuevo campeón del mundo.<br />
El y su padre gritan de júbilo y se abrazan. No sabe cómo expresar su<br />
dicha. Impulsivamente agarra el pelo de su padre, tira con todas sus<br />
fuerzas. Su padre se echa hacia atrás y lo mira extrañado.<br />
Durante días los periódicos se llenan de fotografías de la pelea. Viccie<br />
Toweel es el héroe nacional. En cuanto a él, el júbilo pronto se atenúa.<br />
Todavía está contento de que Toweel haya vencido a Ortiz, pero ha<br />
empezado a preguntarse por qué. ¿Quién es Toweel para él? ¿Por qué<br />
carece de libertad para elegir entre Toweel y Ortiz en boxeo, cuando es<br />
libre de elegir entre los Hamilton y los Villager en rugby? ¿Está obligado<br />
a apoyar a Toweel, ese hombre feo y bajito, de hombros encorvados y<br />
nariz prominente y ojitos negros sin expresión, porque Toweel (a pesar<br />
de su nombre raro) es sudafricano? ¿Tienen los sudafricanos que<br />
apoyar a otros sudafricanos incluso cuando no los conocen?<br />
Su padre no le es de ayuda. Su padre nunca dice nada sorprendente.<br />
Predice incansablemente que Sudáfrica va a ganar o que el Provincia<br />
Oeste va a ganar, ya sea en rugby o en críquet o en cualquier otra<br />
cosa. «¿Quién crees que va a ganar?», reta a su padre el día antes de<br />
que el Provincia Oeste juegue contra el Transvaal. «Provincia Oeste,<br />
una paliza», responde su padre como un reloj. Escuchan el partido por<br />
la radio y gana el Transvaal. Su padre permanece impertérrito. «El año<br />
que viene ganará el Provincia Oeste <strong>–</strong>dice<strong>–</strong>. Espera y verás.»<br />
A él le parece estúpido creer que el Provincia Oeste ganará tan solo<br />
porque uno es de Ciudad del Cabo. Mejor creer que ganará el<br />
Transvaal, y después recibir una agradable sorpresa si no lo hace.<br />
En sus manos conserva el tacto del pelo de su padre, grueso, vigoroso.<br />
La violencia de su acto todavía lo asombra y lo inquieta. Nunca antes se<br />
había tomado tantas libertades con el cuerpo de su padre. Preferiría<br />
que no volviera a ocurrir.<br />
13<br />
Es tarde por la noche. Todos duermen. Él está tendido en la cama,<br />
recordando. Cruza su cama una franja de luz anaranjada proveniente<br />
de las farolas que están encendidas toda la noche en Reunion Park.<br />
Está recordando lo que ocurrió esa mañana durante la asamblea,<br />
mientras los protestantes cantaban sus himnos y los judíos y los<br />
católicos correteaban libres. Dos chicos mayores, católicos, lo<br />
acorralaron en una esquina. «¿Cuándo vas a venir a catequesis?», le<br />
preguntaron. «No puedo ir a catequesis, tengo que hacer unos recados