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Consigue dos puntos, bateando en un estado de desorden primero y de<br />
pesimismo después. Sale del juego comprendiendo menos que nunca el<br />
estilo despreocupado con el que juega Johnny Wardle, charlando y<br />
bromeando todo el rato. ¿Son todos los legendarios jugadores ingleses<br />
así: Len Hutton, Alec Bedser, Denis Connpton, Cyril Washbrook? No<br />
puede creérselo. Para él, solo se puede jugar al criquet de verdad en<br />
silencio, en silencio y con temor, con el corazón latiéndote en el pecho y<br />
la boca seca.<br />
El críquet no es un juego. Es la verdad de la vida. Si es, como dicen los<br />
libros, una prueba de carácter, es una prueba que no ve forma de pasar<br />
ni de esquivar. El secreto que consigue ocultar en todas partes queda al<br />
descubierto de forma despiadada en el terreno de juego. «Déjanos ver<br />
de lo que estás hecho», dice la bola mientras silba y desciende en el<br />
aire hacia él. Ciegamente, de forma confusa, empuja el bate hacia<br />
delante, demasiado tarde o demasiado pronto. La bola pasa junto al<br />
bate, junto a la espinillera, y sigue su camino. Lo han eliminado, no ha<br />
pasado la prueba, lo han descubierto, no puede hacer otra cosa que<br />
tragarse las lágrimas, cubrirse la cara y caminar trabajosamente hacia<br />
la conmiseración, hacia los aplausos aprendidos en la escuela del resto<br />
de los chicos.<br />
7<br />
En su bicicleta está el escudo del British Srnall Arms con los dos fusiles<br />
cruzados y la etiqueta «Smiths<strong>–</strong>BSA». Se compró la bicicleta de<br />
segunda mano por cinco libras, con el dinero de su octavo cumpleaños.<br />
Es la cosa más sólida de su vida. Cuando otros chicos alardean de que<br />
tienen Raleighs, él les replica que tiene una Smiths. «¿Smiths? Nunca<br />
he oído hablar de esa marca», dicen.<br />
No hay nada comparable a la viva alegría de montar en bicicleta, de<br />
doblarse sobre el manillar y apurar las curvas. Va todas las mañanas al<br />
colegio en su Smiths: primero recorre los ochocientos metros que hay<br />
desde Reunion Park hasta el cruce del tren, después el kilómetro y<br />
medio de la tranquila carretera que bordea la línea de ferrocarril. Las<br />
mañanas de verano son las mejores. El agua murmura en los surcos del<br />
borde del camino, las palomas se arrullan en los eucaliptos; de vez en<br />
cuando hay un remolino de aire caliente que alerta del viento que<br />
soplará más tarde, y que ahora levanta polvaredas de arcilla rojiza ante<br />
él.<br />
En invierno tiene que partir hacia el colegio cuando todavía está oscuro.<br />
Con el faro proyectando un halo de luz ante él, conduce entre la niebla,<br />
desafiando su suavidad aterciopelada, inspirándola, espirándola, sin oír