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Coetzee, J.M. – Infancia

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En la fotografía que hay en la habitación de la tía Annie, Balthazar du<br />

Biel tiene los ojos ceñudos, penetrantes y los labios finos y tensos.<br />

Junto a él, su mujer parece cansada y afligida. Era hija de otro<br />

misionero, y Balthazar du Biel la conoció cuando vino a Sudáfrica a<br />

convertir a los paganos. Más tarde, cuando viajó a Estados Unidos a<br />

predicar el Evangelio, se los llevó a ella y a sus tres hijos. En un vapor<br />

de ruedas del Mississippi alguien le regaló a su hija Annie una manzana,<br />

y ella se la llevó para enseñársela. La azotó por haber hablado con un<br />

extraño. Estos son los nuevos hechos que conoce de Balthazar, más lo<br />

que contiene el pesado libro de tapas rojas del que hay muchos más<br />

ejemplares en el mundo de los que el mundo quiere.<br />

Los tres hijos de Balthazar son Annie, Louisa <strong>–</strong>la madre de su madre<strong>–</strong> y<br />

Albert, que aparece en las fotografías de la habitación de la tía Annie<br />

como un chico de mirada asustada vestido de marinero. Ahora Albert es<br />

el tío Albert, un viejo encorvado de carnes blancas pastosas como un<br />

champiñón que temblequea todo el tiempo y tiene que apoyarse en<br />

alguien al andar. El tío Albert nunca ha ganado un sueldo decente. Se<br />

ha pasado la vida escribiendo libros y cuentos; su mujer ha sido la que<br />

ha salido a trabajar.<br />

Le pregunta a su madre por los libros del tío Albert. Ella leyó uno hace<br />

tiempo, dice, pero no lo recuerda. «Son muy anticuados. La gente ya<br />

no lee libros de esos.»<br />

Encuentra dos libros del tío Albert en el cuarto de los trastos, impresos<br />

en el mismo papel grueso que Ewige Genesing, pero encuadernados<br />

con tapas marrones, del mismo marrón que los bancos de las<br />

estaciones de tren. Uno se llama Kain, el otro Die Sondes van die<br />

vaders, Los pecados de los padres.<br />

<strong>–</strong>¿Puedo cogerlos? <strong>–</strong>pregunta a su madre.<br />

<strong>–</strong>Claro que sí <strong>–</strong>dice ella<strong>–</strong>. Nadie va a echarlos en falta.<br />

Intenta leer Die Sondes van die vaders, pero no pasa de la página diez,<br />

es demasiado aburrido.<br />

«Debes querer a tu madre y ser un apoyo para ella.» Medita sobre los<br />

consejos de la tía Annie. «Querer»: pronuncia esa palabra con<br />

desagrado. Incluso su madre ha aprendido a no decirle «Te quiero»,<br />

aunque de vez en cuando deja caer un dulce «Mi amor» cuando le da<br />

las buenas noches.<br />

No le encuentra sentido al amor. Cuando los hombres y las mujeres se<br />

besan en las películas, y se escucha de fondo el sonido apagado y<br />

dulzón de los violines, él se revuelve en el asiento. Se promete que<br />

nunca será así: blandengue y tontorrón.<br />

No se deja besar, excepto por las hermanas de su padre, y hace esa

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