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salud; que al cabo de un año o dos se volvió a Inglaterra; que allí<br />
murió. Murió tísico, pero se insinúa que regresó con el corazón partido y<br />
que eso precipitó su final: le partió el corazón una joven profesora de<br />
escuela de pelo oscuro, ojos oscuros y mirada cautelosa que conoció en<br />
Plettenberg Bay y no quiso casarse con él.<br />
Le encanta ojear los álbumes. No importa lo desdibujada que sea la<br />
fotografía, siempre distingue a su madre entre el grupo: la de la mirada<br />
huidiza, a la defensiva, en la cual reconoce la versión femenina de sí<br />
mismo. Gracias a los álbumes él sigue la vida de su madre en los años<br />
veinte y treinta: primero, las fotografías de equipo (hockey, tenis);<br />
luego, las de su viaje a Europa: Escocia, Noruega, Suiza y Alemania;<br />
Edimburgo, los fiordos, los Alpes y Bingen, a la orilla del Rin. Entre sus<br />
recuerdos guarda un lapicero de Bingen, con una mirilla diminuta a un<br />
lado por la cual se ve una vista del castillo encaramado en lo alto de un<br />
acantilado.<br />
A veces ojean el álbum juntos, él y ella. Ella suspira y dice que ojala<br />
pudiera ver Escocia otra vez, los brezos, las campánulas. El piensa:<br />
tuvo una vida antes de nacer yo. Se alegra por ella, porque ya no la<br />
tiene.<br />
Esa Europa es una Europa bien distinta de la Europa del álbum de su<br />
padre, donde sudafricanos con uniforme caqui posan ante las pirámides<br />
de Egipto o entre los escombros de ciudades italianas. Pero en este<br />
álbum se entretiene menos con las fotografías que con las octavillas<br />
intercaladas entre estas, las octavillas que los aviones alemanes<br />
dejaban caer sobre las tropas aliadas. En una se explica a los soldados<br />
cómo provocarse fiebre (tomando sopa); otra muestra a una mujer<br />
atractiva sentada en las rodillas de un judío gordo y de nariz ganchuda,<br />
bebiendo champán. «¿Sabes dónde está tu mujer esta noche?», reza el<br />
pie de foto. Y después hay un águila de porcelana azul que su padre<br />
encontró entre las ruinas de una casa de Nápoles y que se trajo en su<br />
macuto, el águila del imperio que ahora está sobre la mesa del salón.<br />
El está orgullosísimo de que su padre participara en la guerra. Lo<br />
sorprende <strong>–</strong>y lo complace<strong>–</strong> descubrir que pocos de los padres de sus<br />
amigos lucharon en ella. De lo que no está seguro es de por qué su<br />
padre solo llegó a cabo interino: disimuladamente se calla lo de «cabo»<br />
cuando les cuenta a sus amigos las aventuras de su padre. Pero guarda<br />
como un tesoro la fotografía, tomada en un estudio de El Cairo, de su<br />
guapo padre mirando por el cañón de un fusil, con un ojo cerrado, el<br />
pelo pulcramente peinado, la boina doblada, como dictaba la moda,<br />
bajo la charretera. Si lo dejaran, la pondría en la repisa de la chimenea<br />
también.