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Coetzee, J.M. – Infancia

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de las esquinas hace sonar la Springbok Radio. Las tres en punto, el<br />

programa vespertino de peticiones: «Cuando sonríen los ojos<br />

irlandeses», con Nelson Riddle y su orquesta.<br />

La tía Annie se agarra al brazo de su madre con un débil apretón.<br />

«Quiero salir de este sitio, Vera <strong>–</strong>dice en un susurro ronco<strong>–</strong>. No es el<br />

mejor sitio para mí.»<br />

La madre le palmea la mano, trata de calmarla. En la mesita de noche,<br />

un vaso de agua para la dentadura y una biblia.<br />

La enfermera de la sala les dice que le han inmovilizado la cadera rota.<br />

La tía Annie tendrá que pasar otro mes en cama mientras el hueso se<br />

une. «Ya no es joven, llevará su tiempo.» Después tendrá que usar un<br />

bastón.<br />

Como una ocurrencia tardía, la enfermera añade que cuando trajeron a<br />

la tía Annie tenía las uñas de los pies largas y negras como las garras<br />

de un pájaro.<br />

Su hermano, aburrido, ha empezado a gimotear, quejándose de que<br />

tiene sed. Su madre para a una enfermera y la convence de que vaya a<br />

buscar un vaso de agua. El, avergonzado, aparta la mirada.<br />

Los mandan a la oficina del asistente social, al final del pasillo. «¿Son<br />

ustedes los familiares? <strong>–</strong>pregunta el asistente social<strong>–</strong>. ¿Pueden ustedes<br />

ofrecerle una casa?»<br />

Su madre aprieta los labios. Menea la cabeza.<br />

<strong>–</strong>¿Por qué no puede volver a su piso? <strong>–</strong>le pregunta a su madre después.<br />

<strong>–</strong>No puede subir las escaleras. No puede ir a comprar.<br />

<strong>–</strong>Yo no quiero que viva con nosotros.<br />

<strong>–</strong>No va a venirse a vivir con nosotros.<br />

La hora de visita se acaba, llega el momento de despedirse. Las<br />

lágrimas afluyen a los ojos de la tía Annie. Aprieta el brazo de su madre<br />

tan fuerte que tienen que obligarla a aflojar los dedos.<br />

<strong>–</strong>Ek wil huistee gaan, Vera <strong>–</strong>murmura. Quiero irme a casa.<br />

<strong>–</strong>Son unos días más, tía Annie, solo hasta que puedas volver a andar <strong>–</strong><br />

le dice su madre con el tono más tranquilizador que puede.<br />

El nunca antes había visto esta faceta de ella: esta falsedad.<br />

Le llega el turno. La tía Annie le tiende una mano. La tía Annie es tanto<br />

su tía abuela como su madrina. En el álbum hay una foto de ella con un<br />

bebé en brazos que se supone que es él. La tía Annie lleva un vestido<br />

negro hasta los tobillos y un sombrero negro anticuado: hay una iglesia<br />

al fondo. Ella cree que por ser su madrina tiene una relación especial<br />

con él. No parece notar el asco que él siente por ella, arrugada y<br />

repugnante, metida en la cama del hospital, el asco que siente por toda<br />

esa sala llena de mujeres repugnantes. Trata de que no se le note; se<br />

le cae la cara de vergüenza. Tolera la mano que le coge el brazo, pero

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