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para calentárselas; tiene la cara exangüe de un cadáver. No está claro<br />
qué está haciendo en Sudáfrica, por qué no está en Irlanda. Parece<br />
rechazar el país y todo lo que en él ocurre.<br />
Para el señor Whelan él escribe ensayos sobre «El personaje de Marco<br />
Antonio», «El personaje de Bruto», sobre «La seguridad vial», sobre «El<br />
deporte», sobre «La naturaleza». La mayoría de estos ensayos son<br />
estúpidos, composiciones mecánicas; pero de vez en cuando siente un<br />
brote de emoción mientras escribe, y el bolígrafo empieza a deslizarse<br />
sobre la hoja. En uno de sus ensayos un salteador de caminos espera<br />
emboscado a la vera de un camino. Su caballo relincha suavemente, su<br />
respiración se transforma en vapor en el aire frío de la noche. Un rayo<br />
de luz de luna cae como un cuchillo cruzándole la cara; él sostiene la<br />
pistola bajo la falda de su abrigo para mantener la pólvora seca.<br />
El bandido no impresiona al señor Whelan. Los ojos apagados del señor<br />
Whelan revolotean por la página, su lápiz baja: seis con cinco. Seis con<br />
cinco es la nota que consigue casi todas las veces por sus ensayos;<br />
nunca más de siete. Los chicos con nombres ingleses consiguen siete<br />
con cinco u ocho. A pesar de su nombre raro, un chico que se llama<br />
Theo Stavropoulos consigue ochos, porque viste bien y recibe clases de<br />
declamación. A Theo también le asignan siempre el papel de Marco<br />
Antonio, lo que significa que llega a declamar «Amigos, romanos,<br />
compatriotas, prestadme oídos», el famoso discurso de la obra.<br />
En Worcester iba al colegio temeroso pero también emocionado. La<br />
verdad es que en cualquier momento podía quedar al descubierto que<br />
era un mentiroso, y eso acarrearía terribles consecuencias. Aun así, el<br />
colegio era fascinante: cada día parecía traer consigo nuevas<br />
revelaciones de la crueldad y el dolor y la rabia del odio latente bajo la<br />
superficie cotidiana de las cosas. Lo que pasaba estaba mal, él lo sabía,<br />
no debería permitirse que ocurriera; y él era demasiado joven,<br />
demasiado infantil y vulnerable para lo que se le estaba haciendo<br />
descubrir. Sin embargo, la pasión y la furia de aquellos días se<br />
adueñaron de él; estaba horrorizado pero también ansioso de ver más,<br />
de ver todo lo que quedaba por ver.<br />
En Ciudad del Cabo, sin embargo, pronto siente que está perdiendo el<br />
tiempo. El colegio ya no es el sitio donde salen a la luz las grandes<br />
pasiones. Es un pequeño mundo angosto, una cárcel más o menos<br />
benigna en la que bien podría estar trenzando cestos en lugar de<br />
aguantar la rutina de la clase. Ciudad del Cabo no lo está haciendo más<br />
listo, lo está haciendo más estúpido. Darse cuenta de esto le causa un<br />
pánico profundo. Quienquiera que sea él de verdad, quienquiera que<br />
sea el verdadero «Yo» que debería estar emergiendo de las cenizas de