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Coetzee, J.M. – Infancia

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Ella deja su tarea; su mirada fluctúa sobre él. Es una mirada<br />

considerada, y sin ningún cariño. No lo está viendo por primera vez.<br />

Más bien lo está viendo como ha sido siempre y como ella siempre ha<br />

sabido que era cuando no ha estado cegada por las ilusiones. Lo ve, lo<br />

resume, y no le gusta. Está incluso aburrida de él.<br />

Esto es lo que él se teme de ella, de la persona que lo conoce mejor en<br />

el mundo, que tiene la gigantesca ventaja sobre él de conocerlo todo de<br />

sus primeros años, los más indefensos, los más íntimos, años de los<br />

que, a pesar de todos los esfuerzos, no puede recordar nada; que<br />

seguramente, puesto que es preguntona y tiene sus propias fuentes,<br />

sabe también los mezquinos secretos de su vida en el colegio. Teme su<br />

sentencia. Teme los fríos pensamientos que deben estar pasándole por<br />

la cabeza en momentos como este, cuando se ha desvanecido cualquier<br />

pasión con la que colorearlos y no hay ninguna razón para que su<br />

opinión sea otra cosa que clara; teme sobre todo el momento, un momento<br />

que no ha llegado todavía, en el que pronuncie su sentencia.<br />

Será como el golpe de un rayo; no será capaz de soportarlo. No quiere<br />

saber. Se niega a saber con tal fuerza que puede sentir cómo le sube<br />

una mano por el interior de la cabeza para taparle los oídos, para<br />

cegarle la vista. Preferiría estar ciego y sordo a saber lo que ella piensa<br />

de él. Preferiría vivir como una tortuga dentro de su caparazón.<br />

Esta mujer no fue traída al mundo con el único propósito de amarlo y<br />

protegerlo y atender sus necesidades. Por el contrario, ella tenía una<br />

vida antes de que él existiera, una vida en la que no tenía ninguna<br />

obligación de concederle el menor pensamiento. En un momento<br />

determinado de su vida ella lo dio a luz; lo dio a luz y decidió amarlo<br />

antes de que naciera; sin embargo, decidió amarlo, y por lo tanto también<br />

podría decidir dejar de amarlo.<br />

«Espera a que tú tengas hijos <strong>–</strong>le dice cuando está más amargada<strong>–</strong>.<br />

Entonces sabrás lo que es.» ¿Qué sabrá? Es una frase que ella suele<br />

usar, una frase que suena como si viniera de un tiempo muy lejano.<br />

Quizá es lo que cada generación le dice a la siguiente, como una<br />

advertencia, como una amenaza. Pero él no quiere escucharla. «Espera<br />

a que tú tengas hijos.» Qué tontería, ¡qué contradicción! ¿Cómo va a<br />

tener hijos un niño? De todos modos, lo que sabría si fuera padre, si él<br />

fuera su propio padre, es precisamente lo que no quiere saber. No va a<br />

adoptar el punto de vista que ella quiere forzarle a adoptar: serio,<br />

decepcionante, desilusionado.<br />

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