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Coetzee, J.M. – Infancia

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piedad. Le late la garganta como si fuera la de una rana. Tiene los<br />

labios fruncidos.<br />

No ha olvidado lo que hizo el doctor Malan en 1948: prohibir todos los<br />

cómics del Capitán América y de Supermán, permitiendo pasar por la<br />

aduana únicamente los cómics protagonizados por animales, cómics<br />

destinados a impedir que dejes de ser un bebé.<br />

Piensa en las canciones afrikaners que les obligan a cantar en el<br />

colegio. Ha llegado a odiarlas tanto que le entran ganas de gritar y de<br />

chillar y de tirarse pedos durante el canto, especialmente con la canción<br />

Kom ons gaan blomme pluk, «Vamos a coger flores», con sus niños<br />

retozando por el campo entre pájaros cantores e insectos joviales.<br />

Una mañana de sábado, él y dos amigos se dirigen en bicicleta a las<br />

afueras de Worcester y siguen, por la carretera de De Doorns. En media<br />

hora no ven ni rastro de presencia humana. Dejan la bicicleta en el<br />

arcén y se lanzan a las colinas. Encuentran una cueva, encienden un<br />

fuego y se comen los bocadillos que han traído. De repente aparece un<br />

chico afrikaner con pantalones cortos caquis, enorme y agresivo.<br />

<strong>–</strong>¿Wie het julle toestenuninQ gegge? (¿Quién os ha dado permiso?)<br />

Se quedan mudos. Una cueva: ¿necesitan permiso para estar en una<br />

cueva? Tratan de inventar alguna mentira, pero no sirve de nada. «Julle<br />

sal hier moet bly totdat my pa kom», anuncia el chico. Tendréis que<br />

esperar aquí hasta que venga mi padre. Menciona una lat, una strop:<br />

una caña, una correa; les van a dar una lección.<br />

El temor lo aturde. Aquí fuera, en el veld, sin nadie a quien pedir<br />

ayuda, les van a dar una paliza. No encuentra ninguna razón para<br />

rebelarse. Porque la verdad es que son culpables, él más que ningún<br />

otro. El fue quien aseguró a los otros, cuando saltaron la cerca, que no<br />

podía ser ninguna granja, que solo era el veld, el campo abierto. Él es<br />

el cabecilla, la idea fue suya desde el principio, no se le puede echar la<br />

culpa a nadie más.<br />

El granjero llega con su perro, un alsaciano de ojos amarillos y mirada<br />

astuta. De nuevo las preguntas, esta vez en inglés, preguntas sin<br />

respuesta. ¿Con qué derecho están aquí? ¿Por qué no pidieron permiso?<br />

De nuevo han de pasar por la defensa estúpida, patética: no sabían,<br />

pensaban que solo era el veld. Se jura a sí mismo que nunca volverá a<br />

cometer un error así, nunca volverá a ser tan estúpido como para saltar<br />

una cerca y pensar que se saldrá con la suya. «¡Estúpido! <strong>–</strong>se dice<strong>–</strong>.<br />

¡Estúpido, estúpido, estúpido!»<br />

El granjero no lleva ni lap ni correa ni látigo. «Es vuestro día de<br />

suerte», dice. Permanecen clavados, sin comprender. «Idos.»<br />

Bajan la colina con torpeza hasta el arcén donde les esperan las

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