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Coetzee, J.M. – Infancia

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su infancia, no lo dejan nacer, lo mantienen raquítico y enfermizo.<br />

Es en las clases del señor Whelan donde siente esto más<br />

desesperadamente. Podría escribir mucho más de lo que jamás le<br />

permitiría el señor Whelan. Para el señor Whelan escribir no es como<br />

extender las alas; por el contrario, es como confundirte con una pelota<br />

muy pequeña, haciéndote tan inofensivo como puedas.<br />

No tiene el menor deseo de escribir sobre deporte (mens sana in<br />

corpore sano) o sobre seguridad vial, temas tan tediosos que a la hora<br />

de redactar el ensayo no le salen las palabras. Ni siquiera desea escribir<br />

sobre salteadores de caminos: tiene la sensación de que las tajadas de<br />

luz de luna que caen cruzando sus caras y las manos de nudillos<br />

blancos que empuñan las culatas de las pistolas, independientemente<br />

de la impresión momentánea que puedan dar, no le pertenecen, vienen<br />

de algún otro sitio y ya están ajadas. Lo que escribiría si pudiera, si no<br />

fuera el señor Whelan quien va a leerlo, sería más oscuro, algo que,<br />

una vez que comenzara a fluir de su pluma, se extendería por las<br />

páginas sin control, como tinta derramada. Como tinta derramada,<br />

como sombras corriendo por la superficie de un remanso, como un<br />

relámpago resquebrajando el cielo.<br />

El señor Whelan también tiene asignada la tarea de mantener ocupados<br />

a los chicos no católicos de sexto curso mientras los chicos católicos<br />

están en catequesis. El debería estar leyéndoles el evangelio según san<br />

Lucas. En lugar de eso oyen una vez tras otra cosas sobre Parnell y<br />

Roger Casement y sobre la perfidia de los ingleses. Pero algunos días el<br />

señor Whelan llega a clase con el Cape Times en la mano, hirviendo de<br />

rabia por los últimos atropellos de los rusos a sus países satélite. «Han<br />

creado en sus escuelas clases de ateísmo donde se les obliga a los<br />

niños a escupir en el crucifijo <strong>–</strong>truena<strong>–</strong>. A quienes permanecen fieles a<br />

su credo los envían a los campos de concentración. Esa es la realidad<br />

del comunismo, que tiene la desfachatez de llamarse la religión del<br />

hombre.»<br />

Del hermano Otto oyen hablar de la persecución de los cristianos en<br />

China. El hermano Otto no es como el señor Whelan: es tranquilo, se<br />

ruboriza fácilmente, hay que engatusarle para que cuente historias.<br />

Pero sus historias tienen más crédito porque realmente él ha estado en<br />

China. «Sí, lo he visto con mis propios ojos <strong>–</strong>dice en su inglés<br />

titubeante<strong>–</strong>: gente en celdas muy pequeñas, encerrada, tantas que ya<br />

no podían respirar, y morían. Lo he visto.»<br />

Ching<strong>–</strong>Chong<strong>–</strong>Chino, llaman los chicos al hermano Otto a sus espaldas.

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