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Cuando no tiene otra cosa que leer, lee los libros de tapas verdes.<br />
«¡Tráeme un libro verde!», le dice chillando a su madre desde la cama,<br />
donde guarda reposo. Los libros verdes son la Enciclopedia de los niños<br />
de Arthur Mee, que ha viajado con ellos desde que él tiene memoria.<br />
Los ha hojeado cientos de veces; de pequeño les arrancó páginas, las<br />
garabateó con ceras, rompió las tapas, de modo que ahora hay que<br />
manejar los volúmenes con cuidado.<br />
En realidad no lee los libros verdes: la prosa lo impacienta muchísimo,<br />
es demasiado efusiva y pueril, excepto la segunda mitad del volumen<br />
diez, el índice, que está lleno de información objetiva. Pero él se queda<br />
absorto con las ilustraciones, especialmente con las fotografías de las<br />
esculturas de mármol, hombres desnudos y mujeres con las ropas arrolladas<br />
a la cadera. Chicas de mármol, tersas y estilizadas, llenan sus<br />
sueños eróticos.<br />
Lo sorprendente de sus resfriados es la rapidez con que se curan o con<br />
que parecen curarse. Sobre las once de la mañana cesan los<br />
estornudos, el dolor de cabeza mengua, se siente bien. Está harto de su<br />
pijama sudado y maloliente, de las viejas mantas y el colchón flojo, de<br />
los pañuelos empapados esparcidos por todas partes. Sale de la cama<br />
pero no se viste: sería arriesgarse demasiado.<br />
Con la precaución de no asomarse fuera, para que no lo vea un vecino<br />
o alguien que pase por allí y le pregunte, juega con sus piezas de<br />
Meccano o pega estampas en su álbum o enhebra botones en cuerdas o<br />
trenza cordones de una madeja de lana sobrante. Su cajón está lleno<br />
de cordones que ha trenzado y que solo sirven para hacer de cinturones<br />
de la bata que no tiene. Cuando su madre entra en su habitación<br />
intenta parecer lo más avergonzado posible, se prepara para<br />
defenderse de sus observaciones mordaces.<br />
La sospecha de que es un tramposo siempre cae sobre él. Nunca logra<br />
convencer a su madre de que está enfermo de verdad; cuando ella cede<br />
a sus ruegos, lo hace de forma poco amable, y únicamente porque no<br />
sabe decirle que no. Los compañeros de su clase creen que él es un<br />
mimado, el niño predilecto de su mamá.<br />
Sin embargo, la verdad es que muchas mañanas se despierta<br />
esforzándose por respirar; le sobrevienen ataques de estornudos<br />
durante minutos interminables, hasta que se queda jadeante, llorando,<br />
deseando morirse. Es mentira que finja esos resfriados suyos.<br />
La norma es que cuando has faltado al colegio, tienes que llevar un<br />
justificante. Se sabe de memoria la carta estándar de su madre: «Por<br />
favor, excuse la ausencia de John ayer. Estaba muy resfriado, y me<br />
pareció aconsejable que se quedase guardando cama. Atentamente».