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Coetzee, J.M. – Infancia

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de Brandeburgo, alzando la bandera roja sobre las ruinas de Berlín.<br />

Pero al mismo tiempo desearía no estar aquí, convertido en testigo de<br />

la vergüenza. ¡Injusto!, quiere gritar: ¡Solo soy un niño! Desearía que<br />

alguien, una mujer, lo cogiera entre sus brazos, curara su herida, lo<br />

tranquilizara diciéndole que solo había sido un mal sueño. Piensa en la<br />

mejilla de su abuela, suave y fría y seca como la seda, ofreciéndose a él<br />

para besarla. Desearía que su abuela viniera y lo arreglara todo.<br />

Una bola de flema se queda atrapada en la garganta de su padre. Tose,<br />

se da la vuelta: los ojos abiertos, los ojos de un hombre totalmente<br />

consciente, totalmente seguro de donde está. Los ojos lo abarcan<br />

mientras está allí de pie, donde no debería estar, espiando. Los ojos no<br />

enjuician pero tampoco son benevolentes.<br />

La mano del hombre desciende perezosamente y acomoda los<br />

pantalones del pijama.<br />

Hubiera esperado que el hombre dijera algo, cualquier cosa <strong>–</strong>«¿Qué<br />

hora es?»<strong>–</strong> para ponérselo más fácil. Pero el hombre no dice nada. Los<br />

ojos siguen mirándolo, pacíficos, distantes. Luego se cierran y se<br />

duerme de nuevo.<br />

Vuelve a su habitación, cierra la puerta.<br />

Algunas veces la oscuridad se levanta. En el cielo, que habitualmente se<br />

cierne terso y pegado a su cabeza, no al alcance de sus manos pero<br />

tampoco mucho más lejos, se abre una rendija, y por un momento<br />

puede ver el mundo como realmente es. Se ve a sí mismo con su<br />

camisa blanca remangada y los pantalones cortos grises que pronto se<br />

le quedarán pequeños: no un niño, no lo que cualquier transeúnte<br />

llamaría un niño, demasiado crecido para eso ahora, demasiado crecido<br />

para utilizar esa excusa, y sin embargo todavía tan estúpido y<br />

encerrado en sí mismo como un niño: infantil, lerdo, ignorante,<br />

retrasado. En momentos como este puede ver a su padre y a su madre<br />

también desde arriba, sin odio: no como dos pesos grises y amorfos<br />

que se sientan sobre sus hombros, tramando su desdicha día y noche,<br />

sino como un hombre y una mujer que viven las vidas que les han<br />

tocado en suerte, insulsas y llenas de problemas. El cielo se abre, él ve<br />

el mundo tal como es, luego el cielo se cierra y él es él otra vez,<br />

viviendo la única historia que está dispuesto a aceptar, la historia de sí<br />

mismo.<br />

Su madre está de pie junto al fregadero, en la parte más lóbrega de la<br />

cocina. Está de espaldas a él, con los brazos salpicados de espuma,<br />

fregando una olla, sin apurarse. En cuanto a él, está dando vueltas por<br />

ahí, hablando de algo, no sabe de qué, hablando con su habitual<br />

vehemencia, quejándose.

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