UN TRISTE CIPRÉS Agatha Christie - GutenScape.com
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Digitalizado por kamparina para Biblioteca-irc en Enero de 2.004<br />
http://biblioteca.d2g.<strong>com</strong><br />
Poirot preguntó:<br />
—¿Y... secretos?<br />
—¿Secretos? No lo entiendo.<br />
—Continuemos. ¿Qué hizo después?<br />
La joven respondió:<br />
—Bajé a la cocina y corté unos emparedados.<br />
Poirot dijo suavemente:<br />
—Y usted pensó... ¿qué?<br />
Los ojos azules de la muchacha chispearon de repente. Repuso:<br />
—Pensé en Eleanor de Aquitania...<br />
Poirot murmuró:<br />
—La entiendo perfectamente.<br />
—¿Sí?<br />
—Sí. Conozco la historia. Ella ofreció a Bella Rosamunda la elección<br />
entre una daga o una copa de veneno. Rosamunda eligió el veneno...<br />
Elinor no dijo nada. Estaba pálida.<br />
Poirot continuó:<br />
—Pero quizá en esta ocasión no había opción... Prosiga,<br />
mademoiselle. ¿Qué hizo a continuación?<br />
La muchacha contestó:<br />
—Puse los emparedados en un plato y me dirigí al pabellón. La<br />
enfermera Hopkins estaba allí, <strong>com</strong>o Mary. Les dije que había<br />
preparado unos emparedados y que los tenía arriba.<br />
Poirot la observaba. Dijo suavemente:<br />
—Sí, y subieron juntas a la casa, ¿no es verdad?<br />
—Sí. Comimos los emparedados en la sala.<br />
Poirot dijo en el mismo tono suave de voz:<br />
—Sí, sí..., todavía ensimismada en su sueño. ¿Y luego?<br />
—¿Luego? —ella le miró con fijeza—. La dejé... de pie, junto a la<br />
ventana. Fui a la cocina. Todavía, <strong>com</strong>o usted dice, estaba en un<br />
sueño... La enfermera estaba allí lavando algo...; le di el bote de la<br />
pasta.<br />
—Sí, sí. ¿Y qué sucedió entonces? ¿Qué pensó usted después?<br />
Elinor contestó <strong>com</strong>o en éxtasis:<br />
—Observé una señal en la muñeca de la enfermera. Se lo hice notar,<br />
y ella me dijo que era de una espina de los rosales del pabellón. Las<br />
rosas junto al pabellón... Roddy y yo discutimos en una ocasión, hace<br />
mucho tiempo, acerca de la guerra de las Dos Rosas. Yo era<br />
Lancaster, y él York. A él le gustaban las rosas blancas; yo dije que<br />
no eran reales, que ¡ni siquiera olían! A mí me gustaban las rosas<br />
encarnadas, grandes y oscuras y aterciopeladas y olorosas, del<br />
verano... Disputamos de la manera más idiota imaginable. Verá<br />
usted: todo ello lo recordé allí, en la cocina, y... algo..., algo, el odio<br />
que hervía en mi corazón, desapareció al recordar cómo éramos<br />
cuando niños. Ya no quería que ella muriese...