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Eve (Junior - Juvenil (roca)) (Spanish Edition) - deviantART

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atormentada por la pena. Tanto en el colegio como fuera de él creía que el<br />

amor era un lastre, algo que podía volverse contra mí. Pero rompí a llorar<br />

cuando descubrí la verdad: el amor era el único adversario de la muerte, la<br />

única cosa capaz de luchar contra sus voraces y desesperadas garras.<br />

No me quedaría allí. No me rendiría. Aunque solo fuese por Arden, por<br />

Marjorie, por Otis, por mi madre. «Te quiero, te quiero, te quiero.»<br />

Salí de la bañera. Casi no me sostenía. La casa estaba en penumbra y<br />

las baldosas rotas me cortaban los pies; las astillas de las podridas tablas<br />

del suelo me hacían daño. La bilis impregnaba la parte delantera de mi raído<br />

jersey gris. Me daba igual. Entré en todas las habitaciones, caminando con<br />

lenta decisión. Encontré una lata abollada debajo del frigorífico y seguí<br />

registrando armarios y cajones. Pasé la mano sobre una estantería hasta<br />

que di con lo que estaba buscando.<br />

El atlas era como el que la profesora Florence nos había enseñado en<br />

primero de bachillerato, con cantoneras de piel. Revisé las páginas,<br />

fijándome en tramos azules de tierra que no me decían nada, y hojeé mapas<br />

de lugares extraños con nombres como Tonga, Afganistán o El Salvador.<br />

Había mucho mundo del que nunca había oído hablar. Me intrigaba cómo<br />

serían aquellos sitios: vastas extensiones de tierra, terrenos salpicados de<br />

montañas o tal vez lujuriantes paraísos tropicales. ¿Habrían sufrido la<br />

epidemia como nosotros?<br />

Al pasar las páginas, nada se parecía a lo que yo conocía. En la<br />

estantería había otro atlas más pequeño: unas líneas cruzaban los mapas y<br />

estaban señaladas con números. Por fin encontré la señal: 80. Mi dedo<br />

siguió la línea por toda la página hasta señalar una mancha azul: el mar.<br />

Por primera vez en varios días la sensación de posibilidad se impuso al<br />

terror. Estudié los mapas y arranqué las páginas en las que aparecía<br />

Sedona, Arizona, la zona verde debajo del número 80, y unos lugares<br />

llamados Los Ángeles y San Francisco. Los uní en el suelo y hallé el gran<br />

lago junto al que vivía Caleb: Tahoe.<br />

Al día siguiente me aprovisionaría e iría al norte, a Califia. No podía<br />

permanecer otro día en la casa, dejándome morir. Aunque los soldados me<br />

encontrasen, aunque me derrumbase en pleno desierto, a la sombra de las<br />

gigantescas <strong>roca</strong>s, tenía que continuar. Al menos debía intentarlo.<br />

Treinta<br />

Salí temprano, antes de que despertasen los pájaros. Como había<br />

encontrado una oxidada lata de guisantes, cené la mitad y desayuné la otra<br />

mitad, bebiendo el líquido espeso del interior. Fui de casa en casa,<br />

registrando todo el pueblo, y descubrí otras dos latas sin etiqueta y un<br />

frasco de mermelada. No era gran cosa, pero bastaba para unos días, hasta

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