Eve (Junior - Juvenil (roca)) (Spanish Edition) - deviantART
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su cuerpo—. Tenías razón. La historia no es como me la habían contado.<br />
—Supuse que te gustaría más la segunda vez. —Los cabellos le<br />
chorreaban agua, que se deslizaba por los fibrosos músculos de sus<br />
hombros.<br />
—Me gustaría saber… —dudé, pero acerté a decir—: ¿Cómo<br />
aprendiste tanto sobre el mundo fuera de los campos de trabajo? ¿Cómo<br />
llegaste hasta aquí? ¿Cómo supiste adónde ir? Cuéntamelo todo.<br />
Él esperó a que lo alcanzase. Enfilamos un estrecho sendero,<br />
agachándonos bajo las ramas de los árboles. Caminaba delante de mí,<br />
apartando ramas para que yo pudiese pasar y adelantándose para abrir<br />
camino.<br />
—Las semanas que siguieron a la muerte de Asher fueron muy raras<br />
—explicó sin apartar los ojos del sendero—. Leif se negó a trabajar y se<br />
pasaba casi todas las noches encerrado y solo. Los otros chicos tenían miedo<br />
de hacer algo que molestase a los guardianes. Lo único que nos permitían<br />
tener en los campos de trabajo eran radios metálicas negras, y los chicos se<br />
tumbaban en las literas y escuchaban los programas de la Ciudad de Arena.<br />
—Yo también los escuchaba en el colegio —dije, y exprimí el agua de<br />
mis largos cabellos. Una vez al mes íbamos al auditorio y escuchábamos<br />
historias sobre lo que ocurría allí. El rey hablaba de los gigantescos<br />
rascacielos que se estaban construyendo y de los nuevos colegios para los<br />
niños que vivían dentro de los muros de la ciudad. Edificaba en el desierto,<br />
construyendo «algo de la nada» como le gustaba decir, y la ciudad estaría<br />
rodeada por muros tan altos que todo el mundo quedaría protegido de los<br />
rebeldes, de la enfermedad, de los peligros externos… Siempre me<br />
reconfortaban sus palabras—. El rey lograba que todo pareciese noble y<br />
emocionante.<br />
Caleb dio una patada a una piedrecita con el pie desnudo, y comentó:<br />
—Recuerdo esa voz. La recordaré siempre. —Pateó una piedra,<br />
enviándola hacia el bosque, endureció la expresión y se ruborizó—. Nunca<br />
hablaba de los huérfanos que trabajaban en la ciudad: niños de tan solo<br />
siete años que se pasaban catorce horas al día desmontando edificios a casi<br />
cuarenta y cinco grados de temperatura. Algunos morían aplastados por las<br />
paredes que se desplomaban, o caían de los rascacielos. Tampoco<br />
mencionaba a las chicas utilizadas como bestias de cría. Sus discursos<br />
daban a entender que la Nueva América era para todo el mundo, que todos<br />
estábamos incluidos, pero se construía a costa de los huérfanos. El único<br />
lugar para nosotros era bajo sus pies.<br />
Mientras caminábamos, yo deslizaba las manos entre la crecida<br />
hierba que bordeaba el sendero.<br />
—¿Y quién cría a los niños? ¿Acaso lo hacen los supervivientes de la<br />
ciudad? —pregunté.