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Eve (Junior - Juvenil (roca)) (Spanish Edition) - deviantART

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convirtieron en amargas depresiones, impregnadas de rabia. Lloró al contar<br />

que su «amor» la había abandonado después de tener a su primera hija, una<br />

niña que murió al poco tiempo a consecuencia de la epidemia. Él se había<br />

escudado en algo llamado «confusión». En la lección de «Esclavitud<br />

doméstica», vimos antiguos anuncios de mujeres que llevaban delantal. Pero<br />

la lección sobre «Mentalidad de pillaje» fue la más terrible de todas.<br />

La profesora Agnes nos enseñó imágenes ocultas captadas por<br />

cámaras de seguridad instaladas en una pared. Eran borrosas, pero se<br />

distinguían tres figuras: tres hombres. Entre todos acorralaron a otro<br />

individuo, le robaron las provisiones que llevaba y lo mataron de un tiro.<br />

Durante semanas me desperté a medianoche, bañada en sudor, pues seguía<br />

viendo el blanco resplandor del disparo y el cuerpo inerte del hombre en el<br />

suelo, con las piernas encogidas.<br />

—¡No necesitabas más, matón asqueroso! —gritó otra voz. Me adentré<br />

en la casa, pegándome a una pared rugosa e inestable. El ambiente era<br />

sofocante y denso: olía a moho y a algo más penetrante, a alguna sustancia<br />

química. Me cubrí la cara con la camisa para que los hombres no me oyesen<br />

respirar.<br />

Estaban ya muy cerca. Oí cómo sus pisadas rompían ramas caídas y<br />

producían inquietantes chasquidos. Alguien se detuvo ante la casa, y me<br />

llegó el rasposo sonido de una respiración saturada de flemas.<br />

—¿Qué estáis haciendo? —preguntó uno de ellos. La voz sonaba<br />

distante, más arriba, tal vez en la carretera.<br />

El que estaba más próximo carraspeó, y el terror se apoderó de mí. Me<br />

aferré a la pared y cerré los ojos, tratando de tranquilizarme. «Vete, por<br />

favor, vete», pensé.<br />

—¡La cerradura está rota! Vamos a echarle un vistazo.<br />

Retrocedí cuanto pude, deseando que las frías piedras cediesen, o que<br />

lograra hundirme en ellas, o desaparecer detrás de su superficie llena de<br />

huecos. Nos habían dado muchas lecciones sobre lo que nos esperaba más<br />

allá del muro: la profesora Helene nos enseñó fotografías de la mujer a la que<br />

un perro rabioso había arrancado la mitad de la cara. Pero solo nos habían<br />

sugerido una cosa en caso de que estuviésemos fuera, en medio de la<br />

naturaleza. No nos enseñaron técnicas de supervivencia. Yo no sabía hacer<br />

un fuego, ni cazar, ni era capaz de enfrentarme a aquellos hombres. «Volved<br />

—nos había dicho la profesora—. Haced lo que sea para volver al colegio.»<br />

La puerta se abrió de golpe. Supuse que el tipo entraría y me sacaría<br />

de allí a rastras, gritando. Pero cuando la luz iluminó la habitación, dejaron<br />

de importarme la banda de la carretera, las imágenes de las clases o las<br />

intenciones de los hombres que estaban a la vuelta de la esquina, apenas a<br />

seis metros de mí, puesto que se desvelaron paredes que no eran de ásperas<br />

piedras, sino formadas por cientos de cráneos, cuyas negras y huecas

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