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Islas en la red

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Hotchkiss disparó desde su cadera con <strong>la</strong> metralleta<br />

<strong>en</strong> dirección a <strong>la</strong> puerta. Hubo un tableteo sordo que<br />

crispó los nervios. Dos rebeldes cayeron hacia atrás<br />

despatarrados, viol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te empujados por los<br />

impactos.<br />

Los otros huyeron chil<strong>la</strong>ndo, y de pronto todo el<br />

mundo estuvo de bruces <strong>en</strong> el suelo, aferrando <strong>la</strong><br />

rugosa superficie del tejado presas del terror.<br />

Lu y Aw cerraron <strong>la</strong> puerta de una patada y <strong>la</strong>nzaron<br />

unos disparos de sus armas inmovilizadoras contra<br />

el marco, sellándolo. Luego sacaron delgadas anil<strong>la</strong>s<br />

de plástico de sus cinturones y maniataron a los dos<br />

caídos y jadeantes rebeldes. Los s<strong>en</strong>taron.<br />

De acuerdo, de acuerdo —dijo Hotchkiss a los<br />

―<br />

demás, agitando su recia mano­. Sólo son ba<strong>la</strong>s de<br />

jalea plástica, ¿v<strong>en</strong>? Ningún problema, ¿eh? El<br />

grupo Rizome se levantó l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te. A medida que<br />

<strong>la</strong> verdad se infiltraba <strong>en</strong> sus m<strong>en</strong>tes, hubo risitas<br />

nerviosas y azaradas. Los dos rebeldes,

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