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Islas en la red

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—¿Qué puede decirnos, coronel? T<strong>en</strong>emos hambre<br />

de noticias aquí arriba. ¿Está realm<strong>en</strong>te el ejército<br />

<strong>en</strong> Johore? Hotchkiss le sonrió.<br />

—Esto no es su Texas, querida. El ejército esta<br />

simplem<strong>en</strong>te al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> calle..., sólo un<br />

pequeño pu<strong>en</strong>te que cruzar. Unos pocos minutos de<br />

distancia. —Alzó dos dedos, separados un par de<br />

c<strong>en</strong>tímetros­. Todo miniatura, ¿ve? Los dos ag<strong>en</strong>tes<br />

chinos de <strong>la</strong>s TAE sujetaron al segundo rebelde a<br />

sus cuerdas. Debajo de ellos, los furiosos rebeldes<br />

<strong>la</strong>nzaban gritos de frustrado abuso. Los <strong>la</strong>drillos<br />

vo<strong>la</strong>ron trazando arcos hacia el tejado.<br />

―Lanzadles<br />

unas cuantas ráfagas —dijo Hotchkiss.<br />

Los dos chinos cogieron sus armas y se asomaron al<br />

parapeto. Las metralletas <strong>la</strong>draron una furiosa<br />

ráfaga, escupi<strong>en</strong>do los casquillos hacia un <strong>la</strong>do.<br />

Debajo de ellos se oyeron gritos de miedo y dolor.<br />

Laura los oyó dispersarse. Sintió una oleada de<br />

náusea.

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