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Islas en la red

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—¡Quizá sea granadino! —dijo Yaobang—. ¡Mejor<br />

advertir a todo el mundo! Yo lo vigi<strong>la</strong>ré..., ¡señorita,<br />

vaya corri<strong>en</strong>do!<br />

—No, no lo haga —le dijo H<strong>en</strong>nessey a Laura.<br />

Rebuscó algo debajo de su poncho y extrajo algo<br />

parecido a una pieza de maquinaria. Era pequeña y<br />

esquelética, y parecía como un cruce <strong>en</strong>tre una l<strong>la</strong>ve<br />

de tuercas y un aplicador de masil<strong>la</strong>. Se situó al <strong>la</strong>do<br />

de Yaobang, Sujetando el artilugio con ambas<br />

manos.<br />

Oh, Dios —dijo Yaobang ciegam<strong>en</strong>te. Otra<br />

―<br />

oleada le estaba golpeando con dureza..., temb<strong>la</strong>ba<br />

con tanta fuerza que ap<strong>en</strong>as podía sujetar los<br />

binocu<strong>la</strong>res­. T<strong>en</strong>go miedo —castañeteó. Una voz<br />

quebrada, reflexiva, de niño pequeño—. Puedo<br />

verlo v<strong>en</strong>ir... ¡T<strong>en</strong>go miedo! H<strong>en</strong>nessey apuntó el<br />

mecanismo a <strong>la</strong>s costil<strong>la</strong>s de Yaobang y apretó una<br />

especie de gatillo, dos veces. Hubo dos pequeñas y<br />

discretas toses, ap<strong>en</strong>as audibles, pero <strong>la</strong> cosa saltó

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