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Islas en la red

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Era el Canal Cuatro. «En el aire..., para el pueblo»,<br />

pres<strong>en</strong>tando, como tartamudeante y ruborizada<br />

locutora, a <strong>la</strong> señorita Ting..., <strong>la</strong> antigua l<strong>la</strong>ma de<br />

Kim.<br />

Laura observó y escuchó desde una discreta<br />

distancia. S<strong>en</strong>tía una extraña hermandad hacia <strong>la</strong><br />

señorita Ting, que obviam<strong>en</strong>te había sido barrida a<br />

su actual situación a través de alguna especie de<br />

extraño karma sincronista.<br />

Todo era así ahora, todo Singapur, aturdido y<br />

quebradizo y susp<strong>en</strong>dido <strong>en</strong> mitad del aire. Allí<br />

arriba el abatimi<strong>en</strong>to era algo sólido, pero bajo ellos<br />

<strong>la</strong>s calles estaban ll<strong>en</strong>as con <strong>la</strong>s bocinas de los<br />

coches, eran una <strong>en</strong>orme fiesta callejera, con el<br />

pueblo fuera para felicitarse por su heroísmo. Las<br />

últimas volutas de humo se desvanecían <strong>en</strong> los<br />

muelles. El Singapur revolucionario..., vomitando<br />

fuera de él a aquellos caros piratas de datos, como el

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