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Islas en la red

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La celda no t<strong>en</strong>ía sanitario. Pero apr<strong>en</strong>dió<br />

rápidam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> rutina, tras oír a los otros<br />

prisioneros. Uno golpeaba <strong>la</strong> puerta y gritaba, <strong>en</strong><br />

francés criollo malí, si lo sabía.<br />

Tras un cierto período, según <strong>la</strong> voluntad, uno de los<br />

guardias aparecía y lo llevaba a <strong>la</strong>s letrinas: una<br />

celda muy parecida a <strong>la</strong>s demás, pero con un<br />

agujero <strong>en</strong> el suelo.<br />

Oyó por primera vez los gritos el sexto día. Parecían<br />

rezumar hacia arriba desde el grueso suelo debajo<br />

de sus pies. Nunca había oído gritar de una forma<br />

tan inhumana, ni siquiera durante los disturbios <strong>en</strong><br />

Singapur. Había una cualidad primig<strong>en</strong>ia <strong>en</strong> esos<br />

gritos que podía atravesar <strong>la</strong>s barreras más sólidas:<br />

cem<strong>en</strong>to, metal, hueso, el cráneo humano.<br />

Comparados con estos aullidos, los gritos de pánico<br />

de una multitud eran algo risible.

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