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Arrancame la vida

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y nos secábamos una frente a otra con <strong>la</strong>s caras y <strong>la</strong>s bocas tan próximas<br />

que a veces se rozaban. Andrea era preciosa. Así, sin pintura, sudando,<br />

á<strong>vida</strong> de mi chisme y acompañándome en el miedo que le iba yo pasando<br />

mientras le contaba todo, desde <strong>la</strong>s escaleras de Bel<strong>la</strong>s Artes y <strong>la</strong> cena en<br />

Prendes, hasta el día que conocí su casa y <strong>la</strong> fui haciendo mía. Todo: <strong>la</strong>s<br />

caminatas por el zócalo, <strong>la</strong>s meriendas, <strong>la</strong>s tardes en el cine, <strong>la</strong>s noches<br />

de concierto, <strong>la</strong>s madrugadas corriendo a meterme en mi cama eufórica y<br />

aterrada.<br />

-¿Qué hago, Andrea? -le pregunté.<br />

-Por lo pronto, gimnasia dijo, y me dio un beso.<br />

CAPÍTULO XVIII<br />

Ese dos de noviembre caía en miércoles y Andrés decidió que pasáramos<br />

el puente de muertos en <strong>la</strong> casa de Pueb<strong>la</strong>. Dijo que invitaría unos<br />

amigos, que organizara yo todo. Me puse furiosa sólo de pensar en esos<br />

días atendiendo a los invitados de Andrés y lejos de Carlos. Si por lo<br />

menos invitan gente grata, pero invitaría al subsecretario de Ingresos con<br />

<strong>la</strong> mensa de su mujer, siempre vestida como para que <strong>la</strong> retrataran para<br />

el Maruca, al secretario de Agricultura que no sabía ni hab<strong>la</strong>r porque era<br />

lelo, y al político de última moda. Porque los políticos se ponían de moda<br />

y Andrés en cuanto uno andaba famoso lo invitaba a pasar el fin de<br />

semana con nosotros. Lo volvía el rey de <strong>la</strong> casa, el centro de <strong>la</strong>s<br />

conversaciones, lo dejaba ganar en el frontón y me hacía comp<strong>la</strong>cer a su<br />

señora en todo lo que pidiera.<br />

Conocía yo <strong>la</strong>s vacaciones con quince invitados y tres comidas diarias,<br />

más aperitivos, galletas y café a todas horas. Me <strong>la</strong> pasaría visitando <strong>la</strong><br />

cocina y el mal humor de Matilde.<br />

Anduve maldiciendo todo el jueves. Andrés me avisó que saldríamos el<br />

viernes 28 al mediodía, para volver el miércoles dos en <strong>la</strong> tarde.<br />

-¿No se le caerá el país a Fito si te vas tanto tiempo? ¿Qué hará sin su<br />

compadre asesor?<br />

-le pregunté pensando que a mí el mundo se me haría insoportable y<br />

aburridísimo sin Carlos.<br />

Estuve con él <strong>la</strong> tarde del miércoles caminando por el zócalo y <strong>la</strong> avenida<br />

Juárez.<br />

Cenamos en El Pa<strong>la</strong>ce, viendo <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za. Yo comí angu<strong>la</strong>s y él ostiones, yo<br />

un pastel con he<strong>la</strong>do y él un café express.<br />

-Tengo un cuarto aquí abajo -me dijo.<br />

-Puedo quedarme hasta <strong>la</strong> una -contesté y nos fuimos corriendo del<br />

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