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cuando era sólo un abogadito tramposo, como nunca enfureció contra su<br />
madre que al conocerlo se encantó con él y lo quiso como a un hijo<br />
adoptivo.<br />
Ya no se acordaba en qué momento Martín Cienfuegos había dejado de<br />
ser su aliado y subalterno para pretender caminar solo, quizá <strong>la</strong> misma<br />
mañana en que Andrés le presentó a Rodolfo hacía muchos años, quizá<br />
sólo hasta que siendo gobernador de Tabasco fue el primero en<br />
manifestarle su apoyo al general Campos para de ahí convertirse en jefe<br />
de su campaña, y todas esas cosas que Andrés recordaba interrumpiendo<br />
siempre para l<strong>la</strong>marlo oportunista de mierda.<br />
A <strong>la</strong> izquierda de Rodolfo, más sonriente y bien peinado que nunca vio<br />
Andrés a Cienfuegos durante toda <strong>la</strong> comida. Regresó maldiciendo a su<br />
compadre porque era tan pendejo que acabaría dejándole <strong>la</strong> presidencia.<br />
a ese hijo de <strong>la</strong> chingada farsante que era Martín Cienfuegos. Porque así<br />
era su compadre, se dejaba caer, lo bien impresionaban los finos, entre<br />
menos militares mejor, entre más elegantes más lo deslumbraban al<br />
pendejo.<br />
Llegó a <strong>la</strong> case y empezó a beber y a despotricar todavía esperando que<br />
Fito lo l<strong>la</strong>mara. Pero Fito no lo l<strong>la</strong>mó. A los pocos días logró que el líder de<br />
<strong>la</strong> Cámara revocara los acuerdos del día primero y restituyera en <strong>la</strong><br />
presidencia al que contestó su informe.<br />
Andrés no se aguantó <strong>la</strong>s ganas de ir a verlo.<br />
Volvió de Los Pinos vomitando verde y con un dolor de cabeza que lo hacía<br />
gritar. No soportaba ni <strong>la</strong> luz. Se encerró en un cuarto en penumbras a<br />
repetirme una vez tras otra los elogios que el Gordo había hecho de <strong>la</strong><br />
intervención de Cienfuegos en <strong>la</strong> solución del conflicto. Lo que más rabia<br />
le daba era que su compadre le hubiera dicho que no lo había consultado<br />
a él para no molestarlo. No quería creer que Fito pudiera sobrevivir sin sus<br />
consejos y su ayuda. No lo podía creer aunque cada día <strong>la</strong>s cosas<br />
estuvieran más c<strong>la</strong>ras, y más asuntos se arreg<strong>la</strong>ran o descompusieran sin<br />
que nadie lo l<strong>la</strong>mara ni siquiera para pedir sus opiniones. Rodolfo parecía<br />
dispuesto a decidir él solo quién se quedaría en su lugar, y estaba<br />
resultando c<strong>la</strong>ro que su compadre le estorbaba en eso.<br />
Con nada perdía Andrés el dolor de cabeza que se le encajó en esa última<br />
visita a Los Pinos. Un día le ofrecí el té de Carme<strong>la</strong>. Lo bebió remilgando<br />
contra <strong>la</strong>s supersticiones de los campesinos y cuando el dolor se le<br />
convirtió en ganas de ir a <strong>la</strong> calle y enfrentarse a Rodolfo, se quedó<br />
mirando <strong>la</strong> taza vacía:<br />
-Estoy seguro de que es una casualidad, pero en qué sobra tomarlo -dijo.<br />
-En nada -contesté sirviéndome una taza.<br />
Era un líquido verde oscuro que sabia a hierbabuena y epazote. Después<br />
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