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-Qué obvia eres, Catalina, dan ganas de pegarte.<br />
-Y tú eres muy disimu<strong>la</strong>do, ¿no?<br />
-Yo no tengo por qué disimu<strong>la</strong>r, yo soy un señor, tú eres una mujer y <strong>la</strong>s<br />
mujeres cuando andan de cabras Locas queriéndose coger a todo el que<br />
les pone a temb<strong>la</strong>r el ombligo se l<strong>la</strong>man putas.<br />
Al llegar a <strong>la</strong> casa, se bajó con mucha parsimonia, me acompañó hasta <strong>la</strong><br />
puerta, esperó a que saliera el mozo y cuando estuvo seguro de que ni los<br />
eternos acompañantes del coche de atrás se daban cuenta, me dio una<br />
nalgada y me empujó para adentro.<br />
Entré corriendo, subí <strong>la</strong>s escaleras a brincos, pasé por el cuarto de los<br />
niños y no me detuve como otras noches, fui directo a mi cama. Me metí<br />
bajo <strong>la</strong>s sábanas y pensé en Fernando mientras me tocaba como <strong>la</strong><br />
gitana. Después me dormí. Tres días estuve durmiendo. Nada más<br />
despertaba para comer un pedazo de lechuga, otro de queso y dos huevos<br />
cocidos.<br />
-¿Qué tendrá usted, señora? -me preguntó Lucina.<br />
-Una enfermedad que me descubrió el general y que no se me quita ni con<br />
agua fría. Pero con una semana de dormir me alivio.<br />
A <strong>la</strong> semana tuve que salir de mi cuarto porque ya era mucho tiempo para<br />
una calentura. ¿Y qué va siendo lo primero que me dice Andrés cuando<br />
bajé a desayunar?<br />
Que el martes venia a cenar el secretario particu<strong>la</strong>r del Presidente, ¿y<br />
quién era el secretario particu<strong>la</strong>r?, Fernando. El bien p<strong>la</strong>nchado y<br />
sonriente Arizmendi.<br />
Del susto empecé a comer pan con mantequil<strong>la</strong> y merme<strong>la</strong>da y a dar<br />
grandes tragos de té negro con azúcar y crema. Andrés estaba eufórico<br />
con <strong>la</strong> visita de Arizmendi porque después vendría <strong>la</strong> del Presidente de <strong>la</strong><br />
República, y a ése p<strong>la</strong>neaba darle una recepción espectacu<strong>la</strong>r con Los<br />
niños de los colegios agitando banderitas por <strong>la</strong> Avenida Reforma, mantas<br />
colgando de los edificios y todos los burócratas asomados a <strong>la</strong>s ventanas<br />
de sus oficinas ap<strong>la</strong>udiendo y aventando confeti. Yo tenía que conseguir<br />
una niña con un ramo de flores que lo asaltara a media calle y una viejita<br />
con una carta pidiéndole algo fácil para que los fotógrafos pudieran<br />
retratar<strong>la</strong> cinco minutos después con <strong>la</strong> demanda satisfecha. Ya Espinosa<br />
y A<strong>la</strong>rcón habían prestado sus cines para que de ahí colgaran <strong>la</strong>s mantas<br />
más grandes. Pueb<strong>la</strong> tendría que darle al Presidente <strong>la</strong> recepción más<br />
cálida y vistosa que hubiera tenido jamás. Todo eso que después se fue<br />
volviendo costumbre y que se le dio al más pendejo de los presidentes<br />
municipales, lo inventamos nosotros para <strong>la</strong> visita del general Aguirre.<br />
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