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Arrancame la vida

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ancha y los brazos <strong>la</strong>rgos.<br />

Caminé hasta el frente y lo oí decir:<br />

-Vamos, otra vez, desde <strong>la</strong> 24, todos. Vamos -y se puso a cantar <strong>la</strong><br />

melodía.<br />

La música volvió a sonar triste y extraña, aun mal arrastrada. Nunca<br />

había oído algo así. Me senté sin hacer ruido. Miré al techo, a los palcos<br />

vacíos, y me dejé llevar por los sonidos que parecían salir de los brazos<br />

del director.<br />

Qué extravagante quehacer tenían esos hombres, qué distinto a todos los<br />

que yo había visto de cerca. El director los detenía, les hab<strong>la</strong>ba, otra vez<br />

soltaba los brazos, y <strong>la</strong> música volvía. De pronto suspendió con violencia.<br />

Miró a un violinista joven sentado en <strong>la</strong> tercera fi<strong>la</strong> de atriles y le dijo:<br />

-¿Dónde está usted, Martínez? No me sigue. Se sale de tiempo. ¿En qué<br />

está pensando que pueda importar más?<br />

Martínez se me quedó viendo y no le contestó. Entonces él volteó y se<br />

encontró conmigo sentada en una de <strong>la</strong>s primeras fi<strong>la</strong>s del teatro, apretando<br />

<strong>la</strong>s manos sobre el abrigo, sin poder decir ni media pa<strong>la</strong>bra.<br />

-¿Quién le dio permiso de entrar aquí? -dijo furioso.<br />

No me quedó más remedio que convertirme en periodista.<br />

-Vaya, qué desorden -dijo. Tenía los ojos oscuros, enormes, <strong>la</strong> piel<br />

b<strong>la</strong>nca. Espéreme allá atrás, y no se mueva que nos distrae.<br />

Me levanté y caminé despacio por todo el pasillo.<br />

-¿Ya? -preguntó él desde arriba.<br />

-Ya -contesté y bajé los ojos. Cuando <strong>la</strong> música volvió, me levanté<br />

despacio y fui hasta <strong>la</strong> puerta caminando de puntas. La empujé y corrí por<br />

<strong>la</strong>s escaleras. En un segundo estuve en <strong>la</strong> calle, fui a sentarme a una<br />

banca de <strong>la</strong> A<strong>la</strong>meda y traté de tararear lo que había oído pero no pude.<br />

En cambio pude llorar, sin saber por qué. Creí que me estaba volviendo<br />

vieja y que había heredado <strong>la</strong> capacidad de mi madre para presentir.<br />

-Está encantado -dije.<br />

Cuando Juan me encontró era tardísimo.<br />

-El general ya está en <strong>la</strong> puerta de Pa<strong>la</strong>cio desde hace rato -dijo y me llevó<br />

a recogerlo.<br />

-¿Dónde te metiste, le<strong>la</strong>? -preguntó Andrés, muy calmado.<br />

-Fui a caminar.<br />

-Has de haber recorrido todas <strong>la</strong>s tiendas. ¿Qué te compraste?<br />

-Nada.<br />

-¿Nada? ¿Entonces qué hiciste?<br />

-Oí música -dije.<br />

-Apuesto que te encontraste una marimba en <strong>la</strong> A<strong>la</strong>meda. ¿Por qué eres<br />

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