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Arrancame la vida

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No eran compañía Marta y Adriana, ni yo era compañía para Checo y<br />

Verania, así que volví a México.<br />

En <strong>la</strong> casa de Las Lomas vivía Andrés, al menos oficialmente, y Octavio<br />

con <strong>la</strong> dulce Marce<strong>la</strong>. No les perturbó mi llegada. Casi me consideraban <strong>la</strong><br />

madrina de <strong>la</strong> boda que nunca tendrían.<br />

Busqué a <strong>la</strong> Bibi. Hacía apenas dos años que <strong>la</strong> mujer de Gómez Soto<br />

había tenido <strong>la</strong> generosidad de morirse y permitir que el<strong>la</strong> pasara de<br />

amante c<strong>la</strong>ndestina a digna esposa. El mismo día de <strong>la</strong> boda el general<br />

había puesto todas <strong>la</strong>s casas a su nombre y dictado un testamento<br />

haciéndo<strong>la</strong> su heredera universal.<br />

Todo corrió sobre miel en <strong>la</strong> nueva unión. Los recién casados fueron a<br />

Nueva York y después a Venecia, de modo que a <strong>la</strong> Bibi por fin le pegó un<br />

sol que no fuera el del jardín de su casa. Recorrieron el país en el tren que<br />

el general compró para poder visitar sus periódicos, el<strong>la</strong> lució por todas<br />

partes el aire internacional que tanto tiempo cultivó entre cuatro paredes.<br />

Un día llegó a mi casa muy temprano. Yo estaba en bata en el jardín. Me<br />

habían ido a dar pedicura, tenía los pies sopeando en una pa<strong>la</strong>ngana y <strong>la</strong><br />

cara sin pintar.<br />

Bibi entró corriendo, con zapatos bajos, pantalones y una blusa de<br />

cuadros, casi de hombre. Se veía linda, pero extrañísima. No recuerdo si<br />

me saludó, creo que lo primero que hizo fue preguntarme:<br />

-Catalina, ¿cómo hacías tú para querer a un hombre y vivir en casa de<br />

otro?<br />

-Ya no me acuerdo.<br />

-Ni que hubiera sido hace veinte años -dijo.<br />

-Parece que más. ¿Qué te pasa? Te ves rarísima -le contesté.<br />

-Me enamoré -dijo. Me enamoré. Me enamoré -repitió en distintos tonos,<br />

como si se lo dijera a sí misma. Me enamoré y ya no soporto al viejo<br />

pestilente con el que vivo. Pestilente, lépero, aburrido y sucio. Imagínate<br />

que trata sus negocios en el excusado, mete a <strong>la</strong> gente al baño del tren y<br />

ahí <strong>la</strong> hace contar sus asuntos. ¿Ahora qué hago yo casada con él? ¿Lo<br />

mato? Lo mato, Cati, porque yo no duermo con él una noche más.<br />

Estaba irreconocible, se había quitado los zapatos. Se sentó en el pasto y<br />

puso <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nta de un pie contra <strong>la</strong> del otro, se palmeaba <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s cada<br />

tres pa<strong>la</strong>bras.<br />

-¿De quién te enamoraste?<br />

-De un torero colombiano. Llega mañana. Viene a verme y de paso a una<br />

gira. Nos conocimos en Madrid, una tarde que Odilón pasó hab<strong>la</strong>ndo con<br />

un ministro del general Franco. Me quedé en un café y ahí llegó él: «¿me<br />

puedo sentar?», ya sabes. Hicimos el amor dos veces.<br />

-¿Y con dos veces te enamoraste?<br />

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