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-No más que yo -contesté.<br />
Desde que su marido enfermó Mónica tuvo que trabajar. Puso una tienda<br />
de rape pare niños y acabó con una fábrica.<br />
-Vaya, aquí <strong>la</strong> única con un marido normal soy yo -dijo riéndose.<br />
Me senté en una banca de hierro, bajo <strong>la</strong> Jacaranda con flores moradas<br />
del jardín. La sirvienta de cofia y de<strong>la</strong>ntal me llevó una limonada y dijo<br />
que <strong>la</strong> señora volvía siempre a <strong>la</strong>s doce y media en punto. No entendí<br />
nada pero como faltaban quince minutos decidí esperar.<br />
Exactamente cuando el antiguo reloj de familia dio <strong>la</strong> media con una<br />
campanada, Pepa cruzó <strong>la</strong> puerta, el patio, y llegó hasta mi banca en el<br />
jardín.<br />
Era <strong>la</strong> misma, no se pintaba, se recogía el pelo en una trenza sobre <strong>la</strong><br />
nuca y caminaba como niña, pero algo en los ojos tenía raro, algo en <strong>la</strong><br />
boca con <strong>la</strong> que sonreía como si estuviera estrenando <strong>la</strong>bios.<br />
-Parece que tienes un amante -dije riéndome con mi aberración.<br />
-Tengo uno -contestó sentándose junto a mi con una p<strong>la</strong>cidez que no he<br />
vuelto a ver.<br />
Se encontraban en <strong>la</strong>s mañanas. Todos los días de diez y media a doce y<br />
media en un cuartito alqui<strong>la</strong>do como bodega arriba del mercado de La Victoria.<br />
¿Quién era él? El única hombre con el que su marido <strong>la</strong> dejó cruzar<br />
más de tres pa<strong>la</strong>bras. El doctor que <strong>la</strong> atendía cada vez que se le frustraba<br />
un embarazo. Con tres frustraciones tuvieron. Era un tipo guapo, el<br />
partero más famoso de Pueb<strong>la</strong>. La mitad de <strong>la</strong>s mujeres hubieran querido<br />
un romance con él, algunas se arreg<strong>la</strong>ban para ir a <strong>la</strong> consulta más que<br />
para el baile de <strong>la</strong> Cruz Roja. Y fue a dar con <strong>la</strong> Pepa, con <strong>la</strong> más difícil.<br />
-Cogemos como dioses -dijo extendiendo una risa c<strong>la</strong>ra y feliz, con <strong>la</strong><br />
misma dulzura con que antes recitaba jacu<strong>la</strong>torias. Estaba espléndida.<br />
Jamás me hubiera dado <strong>la</strong> imaginación para soñar<strong>la</strong> así.<br />
-¿Y tu marido? -pregunté.<br />
-No se da cuenta. Es incapaz de rimar luz con lujuria.<br />
-¿Y a ti cómo te va?<br />
-Igual -contesté.<br />
-¿Qué podía yo contarle? Mi pendejo romance con Arizmendi ataba bien<br />
para divertir a una pobre mujer encerrada, pero a esa novedad con<br />
expresión de diosa no podía yo enturbiarle el paraíso con algo tan<br />
prosaico. Le di un beso y me fui envidiando su estado de gracia.<br />
CAPÍTULO IX<br />
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