You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
-Nos vamos en aquél, mi <strong>vida</strong>. Ya están allá <strong>la</strong>s maletas.<br />
Los viejos A<strong>la</strong>triste se acercaron a despedirse, besaron a su hijo y doña<br />
Concha se puso a llorar. Lili no se había movido del Ferrari.<br />
-Bájate, Lilia -dijo Emilito.<br />
-Me quiero ir en éste -contestó el<strong>la</strong>.<br />
-Pero nos iremos en el otro.<br />
-Si te pones así mejor cada quien en el suyo -dijo Lili. Se corrió al vo<strong>la</strong>nte<br />
del Ferrari y lo hechó a andar. Los botes hicieron un ruido terrible y el<br />
Ferrari desapareció escandalosamente por el portón de <strong>la</strong> calle.<br />
-Esa es hembra, no pedazos -dijo Andrés para aumentar <strong>la</strong> ira de Milito<br />
que salió tras el<strong>la</strong> en el otro coche. Luego me ofreció el brazo, preguntó<br />
dónde había estado y fui con él a bai<strong>la</strong>r. Cuando volvimos a <strong>la</strong> mesa<br />
principal, ya no estaban ahí doña Concha ni su marido.<br />
-Vamos a dar <strong>la</strong>s gracias -ordenó Andrés, tomando una botel<strong>la</strong> de<br />
champaña y dos copas. Fuimos a brindar de mesa en mesa. Con un<br />
discurso especial para cada quien agradecimos <strong>la</strong> presencia y los regalos,<br />
Andrés era un genio para eso.<br />
Cuando abrazó solemnemente a su compadre, Rodolfo dijo que debía<br />
volver a México. Estaba con él Martín Cienfuegos y se irían juntos. Lo<br />
dijeron y Andrés acentuó el gesto de cordialidad y brindó con el secretario<br />
de Hacienda. Se detestaban. Cada uno estaba seguro de que el otro era<br />
su peor rival en el camino a <strong>la</strong> presidencia, y en los últimos tiempos,<br />
Andrés mucho más seguro que Cienfuegos. Los acompañamos hasta <strong>la</strong><br />
puerta del jardín.<br />
-Este <strong>la</strong>megüevos de Martín está convenciendo al Gordo de sus encantos.<br />
Y el Gordo que necesita poco, con <strong>la</strong> pura casa que le regaló tiene para<br />
darle <strong>la</strong> presidencia y <strong>la</strong>s nalgas muerto de risa -dijo Andrés, cuando<br />
regresábamos a <strong>la</strong>s mesas. Lo dijo con rabia, pero por primera vez<br />
también con pesar.<br />
En <strong>la</strong> mesa de <strong>la</strong> Bibi, Gómez Soto estaba borrachísimo diciendo gracejos<br />
incomprensibles. Quijano se levantó al vernos.<br />
-¿Se fue <strong>la</strong> niña? -me preguntó.<br />
-Se fue -contesté.<br />
-Qué bien bai<strong>la</strong>n estos dos -le dijo Gómez a mi general señalándonos. Yo<br />
y tú ya estamos viejos para bai<strong>la</strong>r así.<br />
-Viejo estarás tú -dijo Andrés. Yo todavía cumplo como es debido.<br />
¿Verdad, Catín? Traté de sonreír con elegancia.<br />
-¿Verdad, Catalina? -volvió a decir. -C<strong>la</strong>ro que sí -contesté sorbiendo mi<br />
champaña como si fuera refresco.<br />
-¿Estará usted en México? -preguntó Quijano antes de besarme <strong>la</strong> mano.<br />
-Iré pronto -contesté, mientras Andrés discutía con Gómez Soto quién<br />
144