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volver el<strong>la</strong> encontró sobre su tocador <strong>la</strong> carta sin abrir. ¿No <strong>la</strong> había visto<br />
su marido? ¿O de dónde había sacado un sobre igual si no quedaba otro<br />
en el país? Se durmió con <strong>la</strong>s preguntas y abrazando el papel suizo,<br />
<strong>la</strong>crado, con sus iniciales sobre el sello azul.<br />
Despertó a tiempo para organizar un romántico desayuno en el jardín<br />
cerca de <strong>la</strong> alberca. Cuando el general bajó, el<strong>la</strong> tenía puesto un de<strong>la</strong>ntal<br />
de organdí b<strong>la</strong>nco y <strong>la</strong> sonrisa de esposa mezc<strong>la</strong>da con ángel que tanto le<br />
había servido en <strong>la</strong> <strong>vida</strong> y de <strong>la</strong> que no quería separarse jamás. Cocinó el<br />
desayuno y lo sirvió. Después, con el mismo pudor que si se desnudara,<br />
se quitó el de<strong>la</strong>ntal y fue a sentarse junto al satisfecho general.<br />
Estaban terminando el café cuando llegó el asistente menudo y nervioso<br />
que iba siempre tras su marido recordándole compromisos y apuntando<br />
detalles. Bibi le preguntó si quería café y se lo sirvió mientras Gómez Soto<br />
iba al baño antes de salir. Se habían hecho amigos, a veces hacían chistes<br />
sobre <strong>la</strong>s obsesiones del general.<br />
-Estás ojeroso -le dijo Bibi.<br />
-Todavía no me repongo del viajecito. Fui a Suiza y regresé en treinta<br />
horas. A comprar unos sobres, ¿me crees?<br />
-Para que no andes jugando con lo de comer -le dije cuando terminó su<br />
historia.<br />
-Después de todo, estuvo rico -me contestó. Si se te antoja dar una<br />
jugada, el martes Alonso Quijano estrena su pelícu<strong>la</strong>. Me pidió que te<br />
invitara.<br />
Lo consulté con <strong>la</strong> Palmita que siempre me pareció una mujer sensata y<br />
acabé yendo con el<strong>la</strong>. La pelícu<strong>la</strong> era malísima. Pero Quijano volvió a gustarme;<br />
tanto, que fui primero al cóctel y después a su casa y de ahí a su<br />
cama sin detenerme siquiera a pensar en Andrés. Hasta que empezó a<br />
amanecer desperté medio asustada. Escribí en un papel: »Gracias por <strong>la</strong><br />
acogida» y me fui.<br />
Llegué a <strong>la</strong> casa cuando el sol entraba apenas por los árboles del jardín.<br />
Igual a <strong>la</strong> mañana en que lo vi salir junto a Carlos.<br />
Estaba tan lejos y <strong>la</strong> recordaba como si fuera el mismo día. ¿Miedo a<br />
Andrés? ¿Miedo de qué?<br />
Entré a nuestro cuarto haciendo ruido, con ganas de que me notara.<br />
Tampoco había llegado.<br />
CAPÍTULO XXIII<br />
Sin decidirlo me volví distinta.<br />
Le pedí a Andrés un Ferrari como el de Lilia. Me lo dio. Quise que me<br />
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