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Volvimos a México ya muy empezado enero. No busqué a Quijano. Me<br />
entretuve con <strong>la</strong>s rabietas de Andrés y lo ayudé a criticar al Gordo y a sobrellevar<br />
<strong>la</strong> inminente candidatura de Cienfuegos.<br />
A principios de febrero fuimos a Pueb<strong>la</strong>, donde tomaba posesión el tipo<br />
que él había querido como gobernador. En Pueb<strong>la</strong>, Andrés seguía siendo<br />
autoridad y le encantó recordar los honores y el trato de cacique<br />
respetable que se le daba. Ahí se sentía tan cómodo y seguro, que se le<br />
olvidó su cargo de asesor presidencial. Yo tampoco tuve ganas de volver<br />
a México y compartí con él <strong>la</strong> inmensa casa vacía cuando los niños<br />
regresaron a sus colegios acompañados por Lucina.<br />
Se iba poniendo viejo, un día le dolía un pie y al otro una rodil<strong>la</strong>. Bebía sin<br />
tregua brandy de <strong>la</strong> tarde a <strong>la</strong> noche y té de limón negro durante toda <strong>la</strong><br />
mañana. Me hubiera dado piedad si el jardín y el cuarto del helecho no<br />
revivieran insistentemente a Carlos.<br />
Lilia me visitaba todos los días, me contaba los últimos chismes y me<br />
hacia reír. A mis amigas <strong>la</strong>s veía algunas tardes. Mónica trabajaba con tal<br />
furia que a veces sólo podía darnos un beso y desaparecer. En cambio<br />
Pepa tenía el jardín toda <strong>la</strong> tarde y <strong>la</strong> p<strong>la</strong>cidez que sus encuentros en <strong>la</strong><br />
bodega del mercado le dejaban en <strong>la</strong> cara y <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras. También<br />
recuperé a Bárbara mi hermana que era como un ángel de <strong>la</strong> guarda,<br />
mejor que un ángel porque no me juzgaba, sólo se moría de <strong>la</strong> risa o se<br />
echaba a llorar y, como yo, pasaba de <strong>la</strong>s carcajadas a <strong>la</strong>s lágrimas sin<br />
ningún esfuerzo. El<strong>la</strong> estaba conmigo <strong>la</strong> tarde que Andrés llegó a <strong>la</strong> casa<br />
sintiéndose muy mal. Volvía de Tehuacán donde le habían hecho un<br />
homenaje. Uno de esos homenajes a los que iba rodeado de autoridades<br />
formales que públicamente le rendían cuentas y lo trataban como a un<br />
patrón. Ese día lo habían acompañado el nuevo gobernador del estado, el<br />
presidente municipal de Pueb<strong>la</strong> y por supuesto el de Tehuacán, donde lo<br />
dec<strong>la</strong>raron hijo predilecto de <strong>la</strong> pob<strong>la</strong>ción.<br />
Eran como <strong>la</strong>s cinco cuando oímos el ruido de los autos llegando hasta <strong>la</strong><br />
puerta.<br />
-Qué tedio Bárbara -dije, ya regresó. Va a l<strong>la</strong>marme para que lo escuche<br />
hacer el recuento de sus glorias.<br />
Se había pasado el desayuno recordándome cómo estaban los obreros<br />
peleados entre sí cuando él llegó al gobierno, cómo durante su<br />
administración aumentaron los caminos, se construyeron escue<strong>la</strong>s, se<br />
terminó el descontento.<br />
-Voy a decirles -me ade<strong>la</strong>ntó: No vengo como gobernante, mi <strong>la</strong>bor como<br />
tal ha terminado, vengo como hijo del estado de Pueb<strong>la</strong>, como ciudadano<br />
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