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Arrancame la vida

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-Eso mero.<br />

-No inventes, Catalina. ¿Crees que me provocas? Tú de eso no has visto<br />

más que lo que yo veo.<br />

-¿Tú también notaste lo bonito que se ríe? -pregunté.<br />

-Vete a <strong>la</strong> chingada -dijo. Vas a ver lo bonito que se va a reír en un mes.<br />

Al día siguiente me llevó a presentar con los de <strong>la</strong> Unión de Padres de<br />

Familia. Llegamos a una casa grande en <strong>la</strong> colonia Santa María. Fuimos<br />

hasta <strong>la</strong> oficina de un señor Virreal. Estaba sentado tras un escritorio de<br />

madera oscura, era f<strong>la</strong>co f<strong>la</strong>co, empezaba a quedarse calvo. Después<br />

supe que su mujer era una gorda que se l<strong>la</strong>maba Mari Paz con <strong>la</strong> que tenía<br />

once hijos seguiditos.<br />

-ésta es mi señora, licenciado -dijo Andrés. Está muy interesada en<br />

co<strong>la</strong>borar con ustedes -y luego a mí: Te mando a Juan de regreso en una<br />

hora, y aquí que se esté para lo que se ofrezca.<br />

Por un <strong>la</strong>do se fue Andrés y por el otro entró una señora de col<strong>la</strong>r de per<strong>la</strong>s<br />

y medallita de <strong>la</strong> Virgen del Carmen. Delgada, bien vestida, con una<br />

sonrisa de beata conforme, que me incomodó desde el primer momento.<br />

-Ven conmigo -dijo. Te voy a llevar a conocer nuestro local y algunas de<br />

nuestras co<strong>la</strong>boradoras. Me l<strong>la</strong>mo Alejandra y voy a tener mucho gusto en<br />

ser tu guía y tu hermana de hoy en ade<strong>la</strong>nte.<br />

Pensé que era una cursi y <strong>la</strong> seguí. La casa vieja y oscura tenía muchos<br />

cuartos seguidos con puertas que al mismo tiempo son ventanas y que los<br />

comunican entre si. Todos estaban acondicionados como para dar c<strong>la</strong>ses,<br />

con mesas, sil<strong>la</strong>s y pizarrones. Entramos a uno en el que se reunían varias<br />

mujeres.<br />

-Estamos llenando bolsas de comida para <strong>la</strong> fiesta de los presos -dijo mi<br />

guía y hermana para que yo entendiera el porqué de esas quince mujeres<br />

sentadas alrededor de unas mesas y sin hab<strong>la</strong>r entre sí. Sólo se oía el<br />

murmullo de sus voces contando: hasta tres <strong>la</strong>s que echaban en <strong>la</strong>s<br />

bolsas galletas con malvavisco y coco, hasta siete <strong>la</strong>s que echaban<br />

galletas de animalitos, hasta cinco <strong>la</strong>s que ponían puños de chochitos<br />

verdes, hasta dos <strong>la</strong>s de <strong>la</strong>s cajetil<strong>la</strong>s de cigarros Tigres.<br />

-Buenos días -corearon todas cuando nos vieron entrar.<br />

Estábamos en los saludos y <strong>la</strong>s presentaciones cuando llegó Mari Paz con<br />

tres niños prendidos a <strong>la</strong> falda y abrazando una caja.<br />

-Traje los pambazos -dijo. No sé si alcance para poner uno o dos. Hice<br />

doscientos. ¿Cuántos presos son?<br />

-Ciento cincuenta -dijo una gordita bigotona que nunca dejó de echar<br />

galletas con malvavisco en sus bolsas. Se <strong>la</strong>s iba amontonando a <strong>la</strong> que<br />

tenía que seguir con <strong>la</strong>s de animalitos, que se había puesto a conversar<br />

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