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Arrancame la vida

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llevaba a todas partes.<br />

La gente llenó mi casa. A empujones llegaban hasta Rodolfo. Los hombres<br />

le daban abrazos acompañados de palmadas en <strong>la</strong> espalda, <strong>la</strong>s mujeres<br />

apretaban su mano.<br />

Yo estaba parada del otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> caja, no quise sentarme. Pasé ahí<br />

toda <strong>la</strong> noche estrechando manos y recibiendo abrazos. No lloré. Hablé<br />

sin parar. Con cada gente hablé de él, recordé dónde se conocieron y<br />

cuándo había sido <strong>la</strong> última vez que nos vimos.<br />

Como a <strong>la</strong>s dos de <strong>la</strong> mañana Fito se fue a dormir. Lucina me llevó un té.<br />

Me senté un rato. En <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> de junto, encontré a Checo. Me pareció tan<br />

niño.<br />

-¿Cómo estás, mamá? -preguntó.<br />

-Bien, mi <strong>vida</strong>, ¿y tú?<br />

-Bien también -y no hab<strong>la</strong>mos más.<br />

Verania se había ido a dormir más temprano. A Marta el doctor tuvo que<br />

atender<strong>la</strong> porque le dio un mareo.<br />

-Veo que tu novio no vino a darte el pésame -me dijo Adriana cuando<br />

estuvimos juntas.<br />

-No hables así -le ordené.<br />

-No pretendas educarme ahorita. Es un poco tarde -me contestó. Además<br />

todo el mundo sabe lo de Alonso. Estoy segura de que medio velorio vino<br />

nada más a verlo entrar con cara de yo era amigo del difunto.<br />

Tenía razón. Y odio. Qué bien puesto tenía el odio esa niña. Lilia, Marce<strong>la</strong><br />

y Octavio me acompañaron hasta que amaneció.<br />

Toda <strong>la</strong> noche duró el desfile de dolidos con los dolientes. Yo no me moví<br />

de mi lugar de viuda.<br />

-Admiro su entereza, señora -me dijo Bermúdez, un hombre que hacía de<br />

maestro de ceremonias en los actos políticos cuando Andrés era gobernador.<br />

-La felicito, doña Catalina -dijo <strong>la</strong> esposa del presidente municipal.<br />

Hubo de todo. Creo que me divertí esa noche.<br />

Era yo el centro de atención y eso me gustó. Al entrar todos me buscaban<br />

con los ojos, casi todos querían abrazarme y decir cosas, pero lo mejor<br />

fue lo que me dijo Josefita Rojas, que entró con los pasos apresurados y<br />

<strong>la</strong> cabeza erguida con que recorría <strong>la</strong>s calles de <strong>la</strong> ciudad como si quisiera<br />

agotar<strong>la</strong>. Nunca se subía a un coche, a todas partes llegaba caminando.<br />

Vivía en el cerro de Loreto y desde ahí bajaba al centro, a Santiago o a<br />

donde <strong>la</strong> invitaran, dando esos pasos que todavía <strong>la</strong> mantienen viva.<br />

Josefita me abrazó fuerte, después me tomó de los hombros y me miró a<br />

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