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Arrancame la vida

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Volví a <strong>la</strong> casa. Me encerré en el saloncito a comerme primero el barniz de<br />

<strong>la</strong>s unas y después <strong>la</strong>s uñas. Odié a mi general. No supe si quería verlo<br />

llegar y preguntarle o quedarme ahí encerrada y no verlo nunca otra vez.<br />

Llegó riéndose. Venía de montar y arrastraba <strong>la</strong>s espue<strong>la</strong>s. Oí cómo subía<br />

<strong>la</strong>s escaleras, cómo caminaba hasta el fin del corredor. Se detuvo en <strong>la</strong><br />

puerta del salón y <strong>la</strong> empujó. Cuando vio que no se abría empezó a gritar:<br />

-A mi nadie me cierra una puerta, Catalina. Esta es mi casa y entro a<br />

donde yo quiera. Abre, que no estoy para pendejadas.<br />

Por supuesto le abrí. No quería que se oyera su escándalo.<br />

-Ya sé que fuiste -dijo. Habrás notado que no tuve nada que ver. Quítate<br />

ese vestido que pareces cuervo, déjame verte <strong>la</strong>s chichis, odio que te<br />

abroches como monja. Ándale, no estés de púdica que no te queda. Me<br />

trepó el vestido y yo apreté <strong>la</strong>s piernas. Su cuerpo encima me enterraba<br />

los broches del liguero.<br />

-¿Quién lo mató? -pregunté.<br />

-No sé. Las almas puras tienen muchos enemigos -dijo. Quítate esas<br />

mierdas. Está resultando más difícil coger contigo que con una virgen pob<strong>la</strong>na.<br />

Quítate<strong>la</strong>s -dijo mientras sobaba su cuerpo contra mi vestido. Pero<br />

yo seguí con <strong>la</strong>s piernas cerradas, bien cerradas por primera vez.<br />

CAPÍTULO VIII<br />

Desde que vi a Fernando Arizmendi me dieron ganas de meterme a una<br />

cama con él. Lo estaba oyendo hab<strong>la</strong>r y estaba pensando en cuánto me<br />

gustaría morderle una oreja, tocar su lengua con <strong>la</strong> mía y ver <strong>la</strong> parte de<br />

atrás de sus rodil<strong>la</strong>s.<br />

Se me notaron <strong>la</strong>s ansias, empecé a hab<strong>la</strong>r más de lo acostumbrado y a<br />

una velocidad insuperable, acabé siendo el centro de <strong>la</strong> reunión. Andrés<br />

se dio cuenta y terminó con <strong>la</strong> fiesta.<br />

-Mi señora no se siente bien -dijo.<br />

-Pero si se ve de maravil<strong>la</strong> -contestó alguien.<br />

-Es el Max Factor, pero hace rato que soporta un dolor de cabeza. Voy a<br />

llevar<strong>la</strong> a <strong>la</strong> casa y regreso.<br />

-Me siento muy bien -dije.<br />

-No tienes por qué disimu<strong>la</strong>r con esta gente, son mis amigos, entienden.<br />

Me tomó del brazo y me llevó al coche. Me acomodó, mandó al chofer al<br />

coche de atrás y dio <strong>la</strong> vuelta para subirse a manejar. Se sentó frente al<br />

vo<strong>la</strong>nte, arrancó, dijo adiós con <strong>la</strong> mano a quienes salieron a despedirnos<br />

a <strong>la</strong> puerta y aceleró despacio. Mantuvo conge<strong>la</strong>da <strong>la</strong> sonrisa que puso al<br />

despedirse hasta una calle después.<br />

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