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veces su padre que era mi superior me llevaba a su casa aprovechando<br />
alguna tregua. Siempre encontrábamos al escuincle tocando una f<strong>la</strong>uta<br />
de carrizo.<br />
-Qué bien se acuerda usted, general.<br />
-Antes me decías de otro modo.<br />
-Antes no era usted quien es.<br />
-Estaba yo empezando, como tú ahora. Pero no iba tan rápido. C<strong>la</strong>ro que<br />
en <strong>la</strong> guerra y <strong>la</strong> política hay más enemigos que en <strong>la</strong> música. ¿Por qué te<br />
dio por <strong>la</strong> música? -preguntó Andrés. Hubieras sido un buen político. Tu<br />
padre lo fue.<br />
-Uno a veces no se parece a su padre.<br />
-¿Lo dices por orgullo?<br />
-Al contrario, general. Pero a cada quien le toca una guerra distinta.<br />
-¿Lo tuyo es una guerra? Qué muchacho tan extraño. Tenía razón tu<br />
padre.<br />
Se pusieron a hab<strong>la</strong>r del pasado, de cómo el director niño se robaba <strong>la</strong>s<br />
ba<strong>la</strong>s de <strong>la</strong> charretera de Andrés y <strong>la</strong>s metía en una ol<strong>la</strong> que después meneaba<br />
para oír<strong>la</strong> sonar, del día en que Andrés y su padre lo llevaron a ver<br />
a los ahorcados, lo pararon debajo de los postes y lo hicieron mirarles <strong>la</strong>s<br />
caras moradas y <strong>la</strong>s lenguas de fuera.<br />
-¿No te asustaste? -pregunté.<br />
-Mucho, pero no se los iba a demostrar a ese par de cabrones que eran mi<br />
padre y tu marido.<br />
Ya no pude comerme el pescado ni el pastel. Pedí un coñac y me lo bebí en<br />
dos tragos.<br />
-Y a ti qué te pasa -dijo Andrés. ¿Desde cuándo bebes fuerte?<br />
-Creo que me va a dar gripa -contesté.<br />
-Tengo una mujer medio loca, ¿no te parece?<br />
-Me parece linda -contestó Vives.<br />
Después volvieron a hab<strong>la</strong>r de ellos. De <strong>la</strong>s diferencias entre <strong>la</strong> música y<br />
los toros. De cómo el padre de Carlos quiso a mi general y cómo peleó con<br />
su hijo que no hacía más que decepcionarlo con su terquedad de ser<br />
músico en vez de militar.<br />
-Tu padre siempre tuvo razón -concluyó Andrés.<br />
-Salud, general -dijo Carlos. Salud, curiosa -me guiñó el ojo y palmeó mi<br />
mano que estaba sobre <strong>la</strong> mesa.<br />
-Salud -dije yo, que de un trago desaparecí otro coñac y me dediqué a<br />
sonreír el resto de <strong>la</strong> noche.<br />
Cuando salimos a <strong>la</strong> calle <strong>la</strong> luna bril<strong>la</strong>ba amaril<strong>la</strong> y redonda sobre<br />
nuestras cabezas. En el quicio de una puerta, sentado como si fueran <strong>la</strong>s<br />
cinco de <strong>la</strong> tarde y no <strong>la</strong>s tres de <strong>la</strong> mañana, un ciego tocaba una<br />
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