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gustó mucho que él trajera a una mujer joven con cara de gitana en<br />
calidad de su apoderado, pero tenía tantas ganas de coger que pidió un<br />
cuarto para cada quien y empujó al matador dentro de uno.<br />
Después quedó tan eufórica y agradecida que se puso a hab<strong>la</strong>r del futuro<br />
y terminó describiendo los pasos que había dado para conseguir cuanto<br />
antes el divorcio. El torero no lo podía creer. La mujer de mundo en busca<br />
de un amante esporádico y alegre al que podría agradecer sus cortesías<br />
con varias notas desplegadas en el periódico deportivo del marido, se le<br />
había convertido en una enamorada adolescente dispuesta al matrimonio<br />
y al martirio.<br />
¿Pelearse con el general? ¿Cómo se le ocurría a <strong>la</strong> ingenua Bibi que uno<br />
pudiera torear en <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>zas de México sin el apoyo de <strong>la</strong> cadena de periódicos<br />
de su marido? Además, si el<strong>la</strong> quería divorciarse, él no quería, y el<br />
apoderado era su esposa.<br />
Con toda <strong>la</strong> dignidad de que pudo hacer acopio <strong>la</strong> Bibi se vistió y dejó el<br />
hotel. A pesar de su prisa tuvo tiempo para retirar de <strong>la</strong> gerencia su firma<br />
como aval de los gastos del torero.<br />
Llegó a su casa buscando desesperada a <strong>la</strong> sirvienta con quien había<br />
mandado <strong>la</strong> carta al cuarto de su marido. Por desgracia era una mujer tan<br />
eficaz que había llegado al extremo de entregar <strong>la</strong> carta en <strong>la</strong> propia mano<br />
del general.<br />
Bibi se encerró en su recámara a <strong>la</strong>mentar sin tregua el rapto de<br />
irresponsabilidad y cachondería que <strong>la</strong> había conducido a ese momento.<br />
Me odió por no haber<strong>la</strong> prevenido, por haberme hecho cómplice de su<br />
suicidio. No sabía qué hacer. Ni siquiera lloró, su tragedia no se prestaba<br />
a algo tan g<strong>la</strong>moroso y conso<strong>la</strong>dor como <strong>la</strong>s lágrimas.<br />
Al día siguiente bajó a desayunar a <strong>la</strong> hora en que su marido<br />
acostumbraba hacerlo.<br />
Se encontró con el general simpático y apresurado bebiendo un jugo de<br />
naranja que alternaba con grandes bocados de huevo revuelto con<br />
chorizo. Cuando <strong>la</strong> vio aparecer se levantó, <strong>la</strong> ayudó a sentarse<br />
sugiriéndole que pidiera el mismo desayuno y se ol<strong>vida</strong>ra por una vez de<br />
<strong>la</strong>s dietas y el huevo tibio. El<strong>la</strong> aceptó comer chorizo en <strong>la</strong> mañana y<br />
hubiera aceptado cualquier cosa. No sabía si agradecerle al general que<br />
se hiciera el desenterado o si temb<strong>la</strong>r imaginando los p<strong>la</strong>nes que él<br />
tendría guardados tras el disimulo.<br />
Optó por el agradecimiento. Nunca fue más dulce y bonita, nunca más<br />
sugerente. El desayuno terminó con <strong>la</strong> cance<strong>la</strong>ción de una junta muy<br />
importante que el general tenía en su oficina, y con el regreso de ambos<br />
a <strong>la</strong> cama.<br />
En <strong>la</strong> noche tuvieron una cena en <strong>la</strong> embajada de Estados Unidos y al<br />
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