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-Mi papá fue al cine y no ha vuelto en tres días -me dijo.<br />
Tendrá una amante, quise contestarle, pero me quedé cal<strong>la</strong>da,<br />
mirándome <strong>la</strong>s manos como si yo tuviera <strong>la</strong> culpa.<br />
-¿Me haría usted el favor de preguntarle a su esposo por él? -dijo.<br />
-Encantada, pero dudo que sirva de algo. Si él lo tiene no me lo va a decir.<br />
-La gente dice que usted lo puede manejar.<br />
-También dice que tú duermes con tu papá. Verás si no se equivocan.<br />
-Oja<strong>la</strong> no se equivoquen, señora -dijo, se levantó y se fue.<br />
Tres días después el licenciado apareció hecho pedazos y metido en una<br />
canasta que alguien dejó en <strong>la</strong> puerta de su casa.<br />
Lo supe a media mañana porque me fui a peinar con <strong>la</strong> Güera y ahí<br />
llegaron unas viejas contándolo dizque muy impresionadas. La güera<br />
Ofelia me estaba poniendo una trenza postiza y me preguntaba cómo <strong>la</strong><br />
sentía cuando me vi <strong>la</strong>s lágrimas en el espejo. Me quedé quieta mientras<br />
el<strong>la</strong> terminaba de prender los pasadores. El salón estaba cal<strong>la</strong>do y <strong>la</strong> bo<strong>la</strong><br />
de viejas empezó a mirarme como si tuviera yo el cuchillo entre <strong>la</strong>s<br />
manos. Me vi <strong>la</strong>s uñas que Maura iba pintando y me mordí los <strong>la</strong>bios para<br />
que ni una, pero ni una lágrima más se me fuera a salir pensando en el<br />
licenciado que era tan guapo y tan inteligente como todos decían.<br />
Fui a casa de los Maynes. Había mucha gente. La viuda estaba sentada<br />
entre sus hijos menores con los ojos mirando al suelo y quieta como si<br />
también a el<strong>la</strong> <strong>la</strong> hubieran matado.<br />
Magdalena era <strong>la</strong> única junto a <strong>la</strong> caja, me vio entrar. No me acerqué, no<br />
tenía nada que decirle, sólo quería ver<strong>la</strong> y saber si <strong>la</strong> corona de flores que<br />
mandaría Andrés cabría por <strong>la</strong> puerta. Porque él así jugaba, cuando el<br />
muerto era suyo o le parecía benéfica su desaparición, mandaba enormes<br />
coronas de flores, tan enormes que no cupieran por <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> casa<br />
en que se ve<strong>la</strong>ba al difunto.<br />
Mientras contestaba <strong>la</strong>s avemarías fui leyendo <strong>la</strong>s cintas de los ramos y<br />
<strong>la</strong>s coronas. Ninguna decía general Andrés Ascencio y familia. Cuando<br />
comenzó <strong>la</strong> letanía me levanté a ver si estaba afuera, pero antes de llegar<br />
a <strong>la</strong> salida vi entrar dos hombres cargando una de <strong>la</strong>s coronas que le<br />
hacían a Andrés en el puesto central de La Victoria. Cruzaron <strong>la</strong> puerta.<br />
Me fui de ahí. Se me ocurrió que <strong>la</strong> Güera podía saber qué decía <strong>la</strong> gente,<br />
seguro alguna de <strong>la</strong>s mujeres a <strong>la</strong>s que peinó esa mañana le había contado<br />
algo. Volví a ver<strong>la</strong>.<br />
No sabía más de lo que yo imaginaba. Decían que lo había matado Andrés<br />
porque a nadie se le ocurría otra cosa, pero no había pruebas. Sin embargo,<br />
yo recordaba <strong>la</strong> discusión en Cuernavaca y los ojos de Magdalena<br />
pidiéndome a su padre.<br />
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