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con <strong>la</strong> de los seis caramelos de anís como si no <strong>la</strong> esperara una hilera de<br />
bolsas producto del empeño de <strong>la</strong> bigotoncita.<br />
-Pues faltan cien o sobran cincuenta -contestó Mari Paz haciendo un<br />
esfuerzo matemático.<br />
-Que sobren cincuenta. Los repartiremos entre los ce<strong>la</strong>dores y <strong>la</strong>s<br />
esposas que estén de visita -dijo Alejandra.<br />
-No alcanzan. Siempre hay más ce<strong>la</strong>dores y visitas que presos -volvió a<br />
decir <strong>la</strong> bigotona. Ya no tenía dónde poner sus bolsas así que de ahí se<br />
siguió: Amalita, me da pena molestar<strong>la</strong>, pero si no se apura usted con los<br />
animalitos y Ceci con los anicitos, yo ya no voy a poder seguir trabajando.<br />
-Ay, Irenita, usted perdone, nos atrasamos, pero orita le apuramos, no se<br />
preocupe, si <strong>la</strong>s primeras que tenemos que acabar somos nosotras, están<br />
nuestras casas a medio recoger. Por venir temprano ni el quehacer<br />
acabamos.<br />
-Así estamos todas -dijo Alejandra que a <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ras se veía que no estaba<br />
en <strong>la</strong>s mismas, en <strong>la</strong>s manos y <strong>la</strong> cara se le notaban <strong>la</strong>s cuatro sirvientas<br />
de p<strong>la</strong>nta. Después me enteré de que su marido tenía acciones del Pa<strong>la</strong>cio<br />
de Hierro y de <strong>la</strong> Coca Co<strong>la</strong>, era dueño de una fábrica de papel en Sonora<br />
y de una de hilos en T<strong>la</strong>xca<strong>la</strong>. Nadie le creía que su casa estaba a medio<br />
recoger mientras el<strong>la</strong> se entregaba a <strong>la</strong>s obras pías, pero todo el mundo <strong>la</strong><br />
oía hab<strong>la</strong>r como si vendiera <strong>la</strong> verdad en paquetes.<br />
Casi todas <strong>la</strong>s otras mujeres se veían pobretonas, a lo mejor esposas de<br />
algún empleado del marido de Alejandra, de burócratas inconformes o<br />
hasta de obreros. Se pusieron a hab<strong>la</strong>r de <strong>la</strong> parroquia y del padre Falito.<br />
Entendí que todas se conocían de ahí, y que a todas <strong>la</strong>s confesaba el tal<br />
padre Falito.<br />
Alejandra y Mari Paz eran <strong>la</strong>s líderes. Pusieron <strong>la</strong> caja de pambazos sobre<br />
<strong>la</strong> mesa, me sentaron frente a el<strong>la</strong> con <strong>la</strong> instrucción de poner uno en cada<br />
bolsa de <strong>la</strong>s que llegaban llenas después de dar <strong>la</strong> vuelta por <strong>la</strong>s otras<br />
mujeres, y se fueron a cuchichear a un rincón cercano. Estirando <strong>la</strong> oreja<br />
era fácil oír<strong>la</strong>s.<br />
-Es <strong>la</strong> esposa del general Ascencio -decía Alejandra.<br />
-Hay que tener cuidado con el<strong>la</strong>. Dice el padre Falito que no son de<br />
confianza esas gentes -contestó Mari Paz.<br />
-Falito exagera -dijo Alejandra. Yo <strong>la</strong> veo buena persona, creo que debe<br />
tener su oportunidad de acercarse al bien. Además nos hace falta gente<br />
con c<strong>la</strong>se, Mari Paz, necesitamos quien sepa alternar. Estas están bien<br />
para los presos, pero no <strong>la</strong>s podemos llevar a p<strong>la</strong>ticar con <strong>la</strong>s mamás del<br />
Cristóbal Colón.<br />
-A <strong>la</strong> mejor tienes razón, pero desconfío -dijo Mari Paz.<br />
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